miércoles, 1 de mayo de 2019

UNA CIUDAD ABANDONADA DE TODO




Las sombras salieron de sus escondrijos. Mucho tiempo esperaron el sonido único de unas pisadas. Era un obstinado silencio que se interrumpía por momentos, con ese monótono ruido quebrado brevemente por los insectos de la noche.
Los pasos se alejaron perdidos en algún callejón indeseable, oliendo tal vez por décadas los orines de los borrachos. El abandono es el rey de la desmoronada ciudad, piedra tras piedra salen al camino como pidiendo clemencia. El tiempo se anidó en el alero de una casa moribunda. El reloj universal marcó los minutos, espolvoreando el calendario con su aliento reseco, mientras la oscuridad susurró en los rincones en busca de una guarida.
Después del bombardeo vino el desalojo, ya nada quedó en pie, era imposible vivir en ese desorden, por el olor nauseabundo de los cadáveres semi- enterrados bajo los escombros.
La ciudad yace inerte, adolorida por tanto tormento, llanto y grito, se quedó en trance. Increíble  pensar que otros fueron los tiempos de su auge, cuando el bullicio  no daba espacio al silencio. Ahora recorre las solitarias calles de Aleppo un dolor que rompe el alma, es un sufrimiento impregnado a la tierra, a las fallecientes paredes, a los techos caídos, a las ventanas colgando de un hilo, a los muertos que ya se los tragó la noche más oscura que haya habido.
La luz aúlla en algún escondrijo, lo que parecía una llamada entre los edificios derruidos, pero las sombras curiosas la ocultan tenuemente sin saber  en dónde realmente se esconde.
Aleppo, la ciudad abandonada a su  maldita suerte, ya no clama, no alza la voz en un angustioso sonido, se deja acariciar por el polvo antiguo que la lengua del viento agita sin dejar nada que cubrir, nada que describa el minuto  de la destrucción, de la masacre, ni el rostro de los asesinos.



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