Por Marianela Puebla
Sillas temerarias soportando el peso de una historia.
Calladas a veces, crujientes otras
cuando la carga es insoportable.
Sillas de adorno, circunspectas, orgullosas,
rodeadas de cuidados y atenciones.
Sillas magníficas, de tronos y palacios,
lujosas con nutrido currículo.
Butacas de parlamentos, congresos, exhibiciones.
Antiguas, de maderas exquisitas,
duermen en una vidriera.
Sitiales humildes de rancho, marginadas,
lejos de la soñada modernidad.
Bancas rústicas de
cabañas,
sillas metálicas, de buses, aviones, trenes
y barcos, siempre viajando atormentadas de voces
de viento y humedad.
Mecedoras adormecidas en un rincón,
pasan el tiempo
lánguidas hasta que el polvo las ignora,
escondidas en el
desván del desamparo,
son banquete para polillas
o yacen abatidas
en el sótano con un dejo
resignado,
soñando la esperada restauración.
Poltronas por doquiera, accesorios del descanso,
queridas y abandonadas a su suerte,
acompañantes de los mortales desde el comienzo
al final,
facilitadoras de la familia, en momentos gratos
y fechas memorables.
Fieles compañeras en la tertulia
y tristes acompañantes en la muerte.
Sillas, calladas o
crujientes,
soportando el peso de una historia.
Rosa Hildaura Flores Varas Me encanto la cuarta estrofa. Leía e imaginaba la silla. Un abrazo.
ResponderEliminargracias amiga Rosa Hildaura, cariños.
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