Es
una palabra que asemeja tibieza, calidez, fortaleza, familia. Un lugar próximo
a la vejez, al alzhéimer, olvido,
dependencia de otros. Un significado afable y otro más inquietante.
El hogar abre su puerta amigable, pero luego la cierra y esconde las
llaves. No hay otra salida, ni una ventana abierta sin rejas. Hogar, dulce
palabra que se vuelve hosca, desconocida, incomprensible. Hogar de ancianos,
indiscutiblemente, el último recurso de la familia para internar a un ser
querido, que lo invadió el alzhéimer u otra enfermedad y que necesita atención las veinticuatro horas del día.
Lamentable, en ocasiones en que la familia no puede lidiar con un adulto mayor
en circunstancias como las mencionadas y en que la familia también se compone
de adultos mayores.
Las sombras merodean el hogar, penetran los ventanales y se deslizan por
los pasillos cuando el sol no las anula. Buscan incansablemente un lecho para
su eterno reposo, una mano amiga que las
acompañe en su deambular y esconderse en
las , a la espera de la noche que les sea más propicia.
Los abuelos se quejan, llaman desesperadamente y luego olvidan,
cubiertos de incertidumbre. El llamado es el mismo, un dolor que no padecen,
una palabra que se escapa, un nombre que no recuerdan, una mirada que no
existe.
El hogar, último escalón de un
adiós insoportable, un portal sin retorno, una noche que se apodera de la vida
debilitada por los años. Hogar de ancianos, como el rugido de un león ahuyenta
a los parientes, solo quedan los más
piadosos, los que mantienen los recuerdos de otros tiempos saludables.
Las horas desfilan con pasos cansados, como un reloj descompuesto resuenan sus
alarmas a cada instante, con la
inquietud de que la huesa inoportuna, se detenga a recoger a
uno de sus huéspedes.
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