Una jauría de enloquecidos sueños
deja un rastro de luna en la solitaria noche.
La piel de la soledad es perseguida
por la espesura de una pesadilla
que ha tomado mi almohada por asalto.
Mi voz se debate
al final de un camino
y huye más allá de
la compresión.
En vano busco apartar la irrealidad de la cordura
van de la mano y se burlan de mi inocencia.
Pasan sus dedos de nieve
sobre la desnudez de mi espalda,
recorren mis territorios, hurgan
y dejan las huellas atormentadas de sueños ajenos.
Mi reloj obnubila, no sabe si continuar marcando
instantes
o simplemente marcharse y tomar un café,
está cansado de rechazar sueños indecorosos
que toman por asalto mis sábanas y recorren
las penumbras en busca de más placer.
Las sombras acompañan los iracundos gemidos,
sobrecogen todo clamor de sensatez.
Sueños y pesadillas se debaten apropiándose del espacio
como único salón virtual de sus avances.
La almohada resiste sus embates atrevidos
han penetrado mi cuerpo y cual oleaje marino
vuelcan sus insinuaciones sobre mi piel.
Y quedo así a
merced de sus hambrientas olas
sin conciencia, entregada
a sus caprichos.
La manada de irrealidades aborda el tren del olvido.
Mañana no habrá memorias
sólo un triste
sabor a insatisfacción,
un pequeño destello que cruzará con su alas mustias
la luz de un deseo sin refutar su inexistencia.