Quien mendiga una mano en medio de la tempestad,
noche,
y se haya naufrago a
la deriva sin nada que lo cobije
vive a contraluz, en soledad, sin calor, ausente de
amigos.
Bajo los displicentes faroles están las huellas hollando
memorias
y el tiempo las cubre con misericordiosa sombra.
Se queda el grito apagado y sin ruido pidiéndole al cielo
la mano negada,
la palabra no dicha, el abrazo no dado,
huérfano, escondido entre cuatro paredes, suplica, gime
en soledad terrible.
No hay nadie a su lado, el vacío lo rodea, es como estar
en medio del pantano, circundado de ojos siniestros,
sin más luz que la curiosa mirada de la luna.
Tiembla el cuerpo, se dispara el pensamiento,
abres los ojos y no ves nada, gritas y la voz
se pierde tras un piar de pájaros, sigue el ruido
del agua y rápido se aleja.
Un halo inquisitorio revuelve tus ideas, asoman miedos
ancestrales, alejan todo contacto humano,
entonces huyes, el temor es más fuerte
y te escondes en el rincón del desamparo,
apagas tu relación con el tiempo, te quedas taciturno,
sumido en algún lugar del cosmos.
Esta postura es desastrosa, hay que buscar la salida,
encuentra el eslabón y llega a su principio,
rescata el pensamiento obnubilando por lugares perdidos.
Sendas donde crecen obstáculos interfiriendo
toda reconciliación con el presente.
El espejo tiene una mirada retrospectiva,
muestra lo que no quieres ver, lo dejado en una curva
insidiosa del destino.
No es tarde,
las manos siguen en el aire a punto de encontrarse,
abre los ojos a la realidad, deja de vivir a contraluz,
hay un espacio esperando, palabras
esparcidas,
dejadas sin escuchar reclamos,
un sinnúmero de circunstancias esperan tu regreso.
Despierta, mírate en el dintel del nuevo día,
abraza la frescura del alba y con nuevos bríos
da un paso adelante, en un prometedor camino.
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