El
día se acerca a hurtadillas;
como
un leproso hurga en el basurero
de la esquina,
descabeza
el sueño con murmullos
rumorosos.
Alumbra
con ojos prosaicos la tierra,
la
monotonía de las caras, piernas,
calles, casas, rascacielos,
comida,
carteles, empleos, crímenes,
amores, prisiones blancas.
Acaricia
con manos apergaminadas
las
aceras hormigueantes
de gusanos humanos;
toda
esa ciudad erigida
sobre el vacío abismo de la nada.
La
miseria se derrama gota a gota
en
pañuelos sucios de lágrimas viejas.
El
día bosteza y vomita sus brillantes
semillas
de angustia.
Con
larga y oblicua mirada
en
el azul de un amanecer eléctrico
surca mercado abajo con alas desplegadas,
besando
todo a su paso con besos tibios.
Es
un enorme cóndor dorado
suspendido
sobre la lenta marea del tráfico.
Amanece
un día y otro día metalúrgico
en
que la tierra resuena con chaparrones
de
mineral amarillo brillante
para
destacar más la miseria humana.
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