Vivo en el bosque de un sueño,
un sueño púrpura que no tiene fin,
se desliza por mi almohada y no
cesa
de invadir mi entorno, asumiendo
que
es el dueño de mi mundo.
Sus hilos se adhieren a mi ser y me
llevan al interior
de su ramaje, me confunde entre
nidos de nostalgias,
cristales invadidos de silencio.
Trato de llamar tu nombre, pero lo
he olvidado
en caminos de interminables
ausencias.
A veces me deslizo como una gota de
agua
y me convierto en lluvia.
El bosque acapara todo mi ensueño,
teje historias alrededor de mi
cuerpo,
me viste de mariposa, susurra a mi
oído
y me lleva entre sus verdes brazos
a mirar el ramaje desde lo alto.
A veces pienso que soy parte
especial
de este laberinto de hojas, tallos
y ramas,
es difícil asomarse a la ventana y
descubrir
vagando a mis soledades, entre
colores
grises y velos púrpuras.
Mi voz se escapa, me ha dejado
desvelada
rogando por su vuelta.
Es una mala persona, no escucha
se escurre de árbol en árbol hasta
que de pronto
pasa y me besa, dejando en mis
labios el sabor del olvido.
Este bosque se esconde bajo mi
almohada,
está enraizado a mi noche cuando
cierro los párpados abatidos de
oscuridad.
Alguien llama entre la espesura,
pronuncia con vehemencia mi nombre
y queda como eco en mi memoria,
luego se va,
me empuja con su cola florida por
los recónditos
secretos del bosque,
hasta perderse en algún
recoveco del sueño.
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