Nos
adentramos en el bosque, el juego consistía en escondernos en lugares diversos,
con el fin de hacer más largo el tiempo de sorprendernos. Mis tres amigos se
fueron por diferentes lados mientras yo
me quedaba contando hasta 50. Cuando llegué al último número, grité para que
supieran que iba en su búsqueda. Nadie contestó, algunas hojas cayeron sobre
las que yacían en el suelo y sólo se
escuchó un breve quejido.
Traté de orientarme, mirando detenidamente hacia varias direcciones hasta que elegí un
pequeño llano con bastantes arbustos alrededor. Hice mucho ruido quebrando
ganchos de ramas que se cruzaban en mi
sendero, dije varias veces, ¡aquí voy, aquí voy!, pero no hubo ni una leve
respuesta, una risita o un pequeño ruido, nada.
Ah, me está costando un tanto encontrarlos, sólo veo árboles, ramas, y
algún pájaro que vuela asustado. ¡Ya, los veo!,
grito de nuevo, mintiendo para darme ánimo, no pensé que sería tal
difícil hallarlos. Pero la verdad es que
siento como si estuviera totalmente solo en el bosque, rodeado de ojos
siniestros. Tengo miedo y llamo de nuevo, digo que me iré, porque no sé dónde
están, digo que estoy cansado, que es
muy aburrido jugar entre este tupido cerco verde. De pronto, veo una pelotita
blanca amarrada a un cordelito que se
mueve lentamente para llamar mi atención. Siento que me vuelve el alma al
cuerpo y en mi rostro aparece una
sonrisa. Exclamo con euforia, ¡ya, ya te
tengo malandrín! La pelotita se adentra
en un gran arbusto y la pierdo de vista. Caracoles, ¿qué pasa?, ¿dónde te has
metido?, pregunto, ¿eres tú, Juan? Ya te pillé, sal de allí bribón, le exijo.
No sé dónde están los demás, y
menciono que el juego es muy aburrido. De repente escucho unas risitas. ¡Basta!,
digo, he perdido, salgan, de lo contrario me iré a casa. Pero algo raro sucede,
primero alguien me tira unas ramitas a los pies. Luego una pequeña piedra me da en el brazo. Ya, salgan, sé que están allí,
miento.
Una pelota de colores sale de los arbustos y la alcanzo a coger. Se las tiro riendo. Ésta
vuelve a mí , cae a mis pies, la tomo y la devuelvo con fuerza.. Ya salgan,
déjense de hacerse los graciosos. La esfera vuelve a mí de nuevo, la tomo y la lanzo, en ese instante me vuelvo
y más allá veo a mis tres amigos que me llaman. Me da un tremendo susto, me
quedo sorprendido y corro desesperado.
¿Me queda la pregunta, ¿quién
estaba jugando conmigo a la pelota?
Mejor no digo nada, me uno a mis amigos,
y anuncio, no me gusta este bosque, no vendré más. Mis amigos me miran y
asienten. ¿Sabes?, relata José, algo así
como un animal grande nos corrió cuando estabas contando. Pero, ¿qué clase de
animal?, pregunto dudoso. Parecía un oso, ¿Un oso? ¡Estás loco!, ¡aquí no
existen los osos!, ¿puede ser un perro salvaje? Tal vez, indica uno de mis
amigos. No me gusta este bosque, repito, y al volverme veo nuevamente la pelota que acaban de lanzar desde aquél arbusto.
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