La puerta se cerró de un golpazo que hizo al
hombre saltar del susto. La penumbra era la reina de ese caserón, a pesar de
que afuera aún había luz del atardecer. El tipo caminó pidiendo, a alguna
persona que lo pudiera ayudar, pero sólo el eco le respondió alejándose de
habitación en habitación. La casa estaba amueblada y por lo tanto pensó,
debería haber gente allí.
Afuera estaba el auto
descompuesto en espera de que lo vinieran a remolcar hacia la estación de servicio.
Mientras los árboles susurraban un mal augurio, moviendo sus ramas se
comunicaron un presentimiento.
El hombre trató de accionar la luz, pero no encontró ningún interruptor,
entonces prendió su linterna y escrutó hacia el segundo piso con el deseo de que lo socorriera, volvió a
llamar, ¿Hay alguien en casa?, ¡por favor, necesito ayuda! Espero unos minutos
pero ni un sólo ruido, salvo el que hace el viento cuando camina sobre los
techos y se cuela por alguna ventana abierta, deslizando su aliento por los
pasillos. El individuo se estremeció, no sabía si era de frío o de nervios. Comprobó que no había
nadie allí y buscó la puerta de entrada, pero no la encontró, imaginó que sólo
había caminado, a lo menos unos cinco pasos, sin embargo al retroceder encontró
un enorme cuadro en el lugar que se suponía debiera estar la puerta. Puso las
manos sobre la cabeza, necesitaba calmarse y pensar, alumbró toda la pared para
cerciorarse de que la puerta estuviera un poco más allá. Varias veces se
encontró con los agudos ojos del
caballero del cuadro que lo miraba tal vez, del más allá. Eso lo inquietó
demasiado, era una mirada dura, inquisitiva, como reclamando su estadía en su
dominio. Se acordó del “Retrato de Dorian Grey” y le produjo una desazón en
todo el cuerpo, por cierto que no podía sacarse los ojos de ese señor sobre su
nuca, a pesar de que la oscuridad ahora invadía cada rincón. Desde el segundo
piso se vislumbraba una luminosidad inaudita, o tal vez era la luz de la luna
que se colaba por alguna ventana sin cortinas.
Se concentró en ubicar esa maldita puerta que debía encontrar, eso
pensó. De pronto se puso frenético, algo le rozo el hombro, y dio
instintivamente un salto y se volteó. Pero no había nada más que oscuridad
rasgada por la luz de su linterna. Caminó hasta una ventana y trató de
abrirla, pero la ventana no cedió,
parecía estar sellada y no hubo caso de seguir forzándola pues sus manos
estaban todas magulladas. ¿Dónde está la
maldita puerta?, volvió a
preguntar con voz inquietante, ¡quiero salir, déjenme salir!, gritó al aire, el
eco le respondió llevando su voz por el largo pasillo, ¡Caramba!, ¿qué pasa
aquí, no hay luz, ni nadie que responda?
De pronto, se abrió la puerta a escasos pasos de donde estaba, antes de alegrarse, fue empujado, con una
fuerza endemoniada fuera de la casa, cayendo
estrepitosamente en la entrada. ¡Maldición!, exclamó al rodar sobre el césped, en ese
instante la puerta se cerró con violencia. Parece que no me quieren en esta
casa, se dijo levantándose magullado y adolorido. ¡La casa está embrujada,
y yo tan estúpido entré a pedir ayuda!, ¡diantre!, creí que
nunca saldría de allí. Caminó hacia su auto, se sentó frente al volante y trató
de hacerlo partir, era su última
esperanza. Después de varios intentos, lo logró. ¡Oh, milagro!, debo irme lo más pronto de este
lugar, se dijo y tomó con rapidez la calzada hacia la carretera sur.
Así, sin mirar atrás, se alejó acompañado por la luna
que lo observaba en lontananza. Al tomar la nueva ramificación sur, miró por
casualidad su espejo retrovisor y una puntada terrible le cruzó el pecho, el
sujeto del espejo era el mismo del
cuadro de la casa embrujada, no pudo más y soltó el volante, fue un instante de
sorpresa en que perdía el conocimiento, mientras el vehículo a gran velocidad,
se fue a estrellar contra el poste de
concreto de una señalética en la esquina
de la carretera. La luna se escondió tras una densa nube oscura.