Érase
una vez un hombre que se creía normal, a pesar de que era un fanático de la
comida chatarra, hasta que descubrió algo que lo hizo entrar en pánico. Esa
mañana al lavarse la cara, notó algo como si su rostro se estuviera
despellejando, una fina película de la supuesta piel se deslizó suave entre sus
dedos. ¿Qué es esto?, se dijo. ¿Será tal vez que después del sol del verano mi
piel tostada se está cambiando? No le dio mucha importancia y salió a hacer sus
compras como siempre. Compró un hermoso pescado para la comida y unas
hortalizas para la ensalada. Hoy voy a comer comida real, pensó.
Al llegar a casa se dispuso a limpiar su pescado con un cuchillo bien
filudo. Le sorprendió que la piel del pescado no tuviera la misma consistencia
normal, sino que, parecía una piel plastificada que costó para romperla, pero
eso tampoco le llamó mucho la atención, sólo una mueca de duda nada más y la
idea de que el pez se alimentó de puro plástico, pero la desechó por ridícula.
Por más que le puso aliños el pescado sabía a neumático, un sabor
profundo a petróleo. ¡Uy, qué raro!, se dijo, este pescado no tiene sabor, está
con gusto a nada, luego le pareció que las ensaladas por más que las trituraba
con sus muelas, éstas crujían, y al sacar un pedazo de lechuga le pareció un
trozo de nylon. ¡Huácala!, hoy he fracasado con mi comida, está horrible, no sé
dónde plantaron está lechuga que parecen cualquier cosa menos lechuga.
Desalentado, fue hacia su sillón favorito y se sentó a ver tv y abrió un
paquete de papas fritas, y comenzó a devorarlas. Pero allí, se fijó en sus
manos, se notaban muy despellejadas y al pasarse los dedos por la cara, trozos
de una fina película se desprendieron de sus mejillas con facilidad. El Hombre
espantado pensó que había adquirido una rara enfermedad y llamó a su médico
para que lo atendiera de urgencia, pero éste le dio hora para el otro día.
Desesperado el hombre se recostó y trató de llorar, pero sus ojos
permanecieron secos, ni una sola lágrima asomó al lagrimal, trató de sonarse,
nada, quiso correr a la cocina y sus piernas se doblaron por la mitad y quedó
en medio del pasillo, luchando por aferrarse a una puerta ya que no podía
avanzar. Pronto sus brazos se doblaron como un trozo de tela, sin derramar una
gota de sangre, trató de gritar y su garganta emitió un ruido como cuando alguien
rasga un trozo de papel y allí quedó sin movimiento.
Al día siguiente llegó la señora que hacía el aseo y encontró un trozo
de plástico en el suelo, con la forma de un bolsón. Umm, esto me puede servir
para echar la basura se dijo y lo colocó dentro de un tiesto en la cocina.
Luego, vio los trozos sin comer del pescado y la verdura. Ah, exclamó, esta
juventud come pura comida chatarra y cuando tiene comida de verdad ni la
toca. Debe de tener el estómago lleno de
plástico, con tanta basura, comida de
dudosa procedencia. Y luego la señora siguió haciendo el aseo, mientras el
hombre con el cuerpo plastificado observaba con sus ojos plásticos de pánico,
como se iba llenando de porquerías y basura su cuerpo de bolsa.