Lo que más me preocupa después del viaje, es el olvido,
el recuerdo sea solo un leve rozar de quimeras
y vague hasta la extinción,
bajo la luz parpadeante de la noche.
Hay una inquietud, invade la estadía
y orla la memoria
como un cúmulo de galaxias ronda en su delirio,
imagina, entristece, consume los sueños
y deja huérfana
la ansiedad trastabillando
por las aceras ennegrecidas.
Lo que se
vislumbra es alarmante,
no hay un rastro visible en un camino de tinieblas.
La palabra se desvanece, océano de incógnitas la absorbe
y no hay respuesta para tantas preguntas.
Podría ser más factible el desenlace,
un batir de alas en retirada,
atravesar el cristal del día en un suspiro,
alzar el vuelo cuando el remolino de la noche se
aproxima.
Todo vale, pero la
inquietud no cesa,
abre su boca a los
temores, deja pasar los vientos
y tormentas.
Rodeada de insomnios y dificultades,
el sueño se esfuma vagando fuera de la casa,
golpea los faroles, despierta a lo seres dormidos,
no tiene piedad de los pordioseros,
les enfría los pensamientos.
Sigo el paso de las horas que taconean cada minuto,
la inquietud avanza por una calle sin salida,
abre sus alas y da
un grito de impotencia,
se toma los cabellos y
sacude un improperio.
La preocupación no tiene límites
absorbe la calma como
pan con mantequilla,
la deglute y luego queda vibrando cual campana desbocada.
y ahí estoy hablando con las sombras,
con una puntada que atraviesa mis dudas.
¡Ay inquietud!,
duérmete bajo la sábana,
entrégate en un bostezo profundo,
cubre el sobresalto con manos de ausencia
pero, déjame morir un poco esta noche
en los amantes brazos de Morfeo.
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