Brilla
el cuchillo bajo la luz de la luna. Tiene la rapidez de un rayo y lo acumula en
su figura. Es rápido, no tiene temor, a pesar de todo, se fundió al rojo vivo de la llamarada, aún
la conserva en su interior, es como si fuera su propio corazón palpitante en el frío de su hoja.
La daga tiene recuerdos entrando lentamente en la suavidad de la carne,
la delicia de hundirse en un líquido viscoso,
rojizo y la cubre hasta cambiarle el color metálico. Hoy, añora esos
tiempos en que su uso generoso era imprescindible en el matadero de la ciudad.
Mas, ha sido dado de baja, su hoja ya no
soporta ser afilada, es mucho el tiempo,
ha perdido su filo y no hay vuelta atrás, debe ser desechado por otro nuevo y reluciente, orgulloso de su
nueva composición metálica, acero
inoxidable. El cuchillo se lamenta en una esquina del galpón mohoso y húmedo,
sólo le queda yacer bajo la luz de la luna que se refleja en su gastada hoja,
aún siente que es prematuro su despido, se siente útil.
El jefe lo encuentra y no disimula su desagrado, ¿quién dejó este cuchillo aquí escondido?, pregunta con
voz carrasposa y altanera. Nadie contesta. El cuchillo siente que se achica en
ese lugar, no desea lo lleven a la
fundición, será su final. Se agazapa,
quiere ser ignorado, pero el jefe ya le puso el ojo y con enfado estira la mano
hasta casi alcanzarlo. El cuchillo eleva su hoja y le da una mordida, eso es,
asegura, para que sepa, aún puede cortar la carne.
Estimados amigos y amigas, espero que puedan leer mis trabajos pues el google ya no publica los blogspot.
ResponderEliminar