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emos
caminado juntos los atardeceres, las adversidades,
vislumbrado
el aura de un nuevo día,
cruzado
umbrales llenos de primavera.
Y
hemos compartido el pan, la sal, el calor de nuestros abrazos,
largos
inviernos de gélidos rostros, el lugar del sueño y del descanso.
Pero
nunca hablamos del silencio, de la separación permanente.
Nunca
mencionamos siquiera el dolor, la triste realidad
de
andar la vida acariciando sueños imposibles,
sin
convencernos de que todo
en
un momento se acaba.
En nuestro lenguaje de amor no existían tales
palabras,
nos
sentíamos indestructibles estando tan juntos,
siendo
dueños del universo,
eso
creíamos, y ahora, cuando faltas, cuando no llegas
y
te alejas más allá de las tinieblas, no tienes
justificación,
sólo
una terrible soledad, una mudez en tus labios que acongoja.
Ahora,
cuando abandonas tu lugar en la cama,
y
sólo la silente oscuridad rodea mi cuerpo,
y
dejas mi mano extendida en busca de tu amparo, te pregunto,
¿por
qué nunca hablamos de este infinito silencio?
¿De
esta angustia que lacera el entendimiento?
Nunca
mencionaste que te irías primero,
repentinamente, en medio del camino.
¿Cómo
puedes alejarte así, sin palabras?
¿Cómo
te atreves a morir, si eras eterno?
¿Por
qué nunca hablamos del silencio, del dolor, de la ausencia?
¿Por
qué nunca compartimos eso?
¿Por
qué yaces indolente a mi llamado, displicente a mis ruegos?
¿Cómo
pudiste dejarme sola, con tanta tristeza?
Y
¿cómo podré seguir sin ti, huérfana de tu mano,
sin
la esperanza del retorno?
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