Siempre
he estado en el mismo lugar, los días y las noches pasan abriendo sus alas y me
saludan llenando los cristales de
nostalgias.
Poseo múltiples recuerdos
estampados en la nariz del tiempo, que han quedado escritos con sus halos
transparentes. Añoro los labios de la amada besando los contornos de un adiós, las manitas del niño dibujando gaviotas pasajeras, los
ojos del anciano esperando la visita que se demora en la esquina de la
indolencia.
Todo me cubre con su gélido paso, las memorias yacen como un libro
abierto, recordándome que soy parte del tiempo pretérito y que aún continúo
deshojándome de angustia, añorando algo que desconozco. Entonces dejo que la
brisa abra los postigos y deje entrar un tiempo nuevo, tal vez cambie mi
destino.
Hace múltiples lunas que, tenía
una amiga, una niña pálida y quejumbrosa, que me contaba sus desdichas y sus
pocas alegrías. Esta niña estaba muy
enferma, una tos malvada la consumía. Una vez estando cerca, abrió mis
cristales para respirar el buen día. Y le agradó la brisa que besaba sus
mejillas, y el aroma del campo en primavera. Pero eso le agravó su dolencia y
quedó postrada en la cama. Desde allí me hablaba, pidiéndome que le contara lo
que yo veía. Tuve que hacer un esfuerzo para narrar una fantasía. Era un
secreto entre su alma y la mía. Desde mi
sitio le contaba sobre el paisaje
cambiando las estaciones a mi antojo, no quería ser monótona sobre la misma
imagen, aumentaba las flores, el
río, el bosque, los pájaros viajeros que
se detenían a cantarnos sus melodías.
Ella no se quejaba, por el contrario, me estimulaba a que siempre
hubiera algo nuevo en mis narraciones y eso me encantaba, pues soñábamos que
recorríamos parajes nunca visitados, y mis incursiones iban más lejos del
horizonte, aunque de veras las dos estábamos en
similares circunstancias, ella
postrada en la cama y yo clavada a la pared.
Un día gris de otoño, cuando los
árboles se desnudaban a la luz de la luna y los pajarillos alistaban sus
valijas para emprender un viaje a otros lugares más tibios, ese mismo día
Grisella me pidió un nuevo cuento. Algo diferente de los cuentos tradicionales.
Yo suspiré pensando, mientras mis cristales se humedecían y observé cómo los
leñadores se preparaban para derrumbar a un viejo y frondoso árbol. Eso me dio
mucha pena, Grisella interrumpió mi dolencia y preguntó ¿qué pasaba afuera?,
para no ser cruel con la niña le dije que un hermoso árbol se iba a trasladar
de lugar en el bosque.
¿Cómo?, ella preguntó ¿si los
árboles no tienen pies? Ah, susurré, los sueños siempre son realidades que no
queremos aceptar. Este árbol acaba de sacar sus pies de la tierra y ahora está
escogiendo un lugar en donde situarse. Tal vez más cerca del estero, y tendrá
mucha agua para seguir creciendo. Qué
lindo, respondió la niña, yo tengo piernas y pies y no puedo caminar, luego se
lamentó. Pues los pies del corazón te
pueden llevar muy lejos, solo debes desearlo y cerrar tus ojos, le modulé con
cariño. Entonces cerraré mis ojos y tú
me cuentas ese cuento fabuloso, mientras mis pies caminan por tus palabras. ¡Muy
bien dicho! Vamos saliendo, hemos cruzado el espacio y estamos en el exterior
admirando ese hermoso árbol que acomoda los nidos y los insectos antes de
emprender su viaje.
Además debo decirte que es de
noche, pues es mejor para el traslado, que nadie nos vea, tú y yo vamos tomadas
de la mano, por cierto que la luna ha asomado su redonda cara y alumbra
nuestros pasos. Sí, agrega la niña,
puedo ver la luna tal como la describes, es muy hermosa y puedo ver las
piedritas del camino por donde iremos. ¿Acompañaremos al árbol? Claro, pienso
que será una buena aventura. Si pones oído podrás escuchar las conversaciones
del bosque. Todos están muy curiosos de
saber a dónde se dirige uno de sus hermanos mayores. Los otros
entrelazan sus raíces y comentan que
cerca del arroyo hay un buen lugar que está libre. El árbol responde que para allá va, porque estará más cerca del
agua.
Entonces él comienza su marcha y nosotros lo seguimos, está tan contento
de vernos que nos ofrece una rama para que no caminemos. Y Tú le respondes que
con mucho gusto, y nos encaramamos sobre un brazo cerca de un nido. Vamos,
disfrutando de la altura y observando a los animalitos que transitan el bosque.
Las liebres asoman sus largos cuellos y
lentamente se alejan de sus madrigueras. Lo mismo hacen los conejos que
de noche ven mejor que de día con sus ojillos rojos luminosos.
A lo lejos se escucha a los lobos prepararse para la caza, dejando a sus
pequeños a cargo de un lobo más viejo. La luna nos sigue a través del bosque, saltando las sombras de los follajes
nos mira con curiosidad. Qué bello, suspira la niña, ¿cuánto más falta para llegar al río?, pregunta y luego lanza un pequeño
bostezo. Ya poco, contesto imitando su bostezo. Te puedo contar que se escucha
un murmullo muy especial, es como si las hojas estuvieran conversando. Una nube
negra de lluvia se desliza por sobre el bosque y nos deja sumidos en la
oscuridad. El árbol nos dice que no temamos, ya vendrán algunos amigos, y de
pronto se llena el bosque de pequeñas lamparitas. ¿Qué es eso?, exclama
entusiasmada. Pues nada menos que luciérnagas, miles de ellas se posan en los árboles y arbustos del camino. Oh, qué
bello, es increíble, la noche se ha iluminado y
puedo distinguir a algunos animales que nos salen a observar.
Muy bien, ya hemos llegado anuncia el árbol, ¿ven ese sitio abierto
cerca la orilla del río?, es mi espacio,
mi nuevo hogar, desde aquí podrá escuchar el
sonido del agua con su cristalina canción, también escucharé el viento precipitarse sobre los
guijarros sonoros, todo será más
divertido.
Una vez que el árbol se ha posesionado de su terreno, sacude alegremente
sus ramas y nos deja caer sobre la mullida alfombra de hojas.
Amiga, hemos llegado, le anuncio, pero
la niña se ha dormido y cierro mis cortinas complacida.
Grisella, una noche en que le contaba una historia, se quedó dormida
para siempre, pero antes me hizo prometer que la llevara en un sueño a dormir bajo el árbol junto al río. Ya lo
hice, me siento contenta y triste en mi
soledad absoluta, ella y los recuerdos yacen dormidos bajo esa alfombra
verde, iluminada por las luciérnagas del bosque.
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