La última vez que
la visité tenía nueve años. Su alegre fachada a pesar de llamarse La Casa de Piedra, estaba abrazada por
una enredadera en flor. Su invitación no se hizo esperar, abrió su puerta, y se
corrieron las cortinas de sus adormecidas ventanas.
Quedé
maravillada, una estantería repleta de
cuentos se ofrecía a mi vista,
los autores más destacados en literatura infantil se codeaban para llamar mi juvenil atención.
No
podía dejar de leer y leer, sir James Barrie y su Peter Pan y Wendy, La Isla de
Tesoro de Stevenson, la Sirenita, Alicia
en el País de las Maravillas, Caperucita Rojas, La Cenicienta, Blanca Nieves y
los Siete Enanitos, El Gato con Botas,
la bella Durmiente del Bosque, de Charles Perrault, Barba Azul,
Pulgarcito, Piel de Asno, en fin, las lecturas se sucedían una tras otra.
A pesar
de tener más de algunos años, nunca he dejado de buscarla. He preguntado mucho
por ella, por La Casa de Piedra,
nadie sabe de la casa perdida número
21. Quisiera que me ayudaras a encontrarla, sería fabuloso volver a verla, a
cruzar su umbral y quedarme en ella para siempre.
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