El caos se inicia por las
frustraciones, miseria, descontento,
penetra todos los barrios sin hacer discriminación
y se ramifica con gran ausencia de la llamada justicia.
Alguien derribó las puertas de la ignominia,
penetró derramando el vaso de la discordia,
la violencia y el abuso,
ahora ya no se pueden parar y en la calle andan sueltos.
El caos vestido con su mejor
disfraz,
su careta divertida, deja lágrimas y dolor en su camino.
El miedo se aferra a las paredes y se esconde
del torbellino que deja el desenfreno y el amedrentamiento.
Nadie está libre de su maledicencia,
invade como enfermedad contagiosa
en los audaces, los que desconocen límites,
y se adentra en los parajes de la destrucción,
del atropello, de la anarquía.
El caos no tiene respeto, avasalla,
especialmente a los más débiles,
desenfrenado cabalga
los lomos de la violencia y de la irracionalidad.
Momentos que son aprovechados por los que,
sí saben cómo sacar ventaja en un río revuelto,
y oprimir, apretando el nudo de la
desesperación
de aquellos que piden justicia, sin encontrar respuesta
a sus demandas elementales
y sucumben al ímpetu siniestro del caos.
Mientras la paz, clama desde algún lugar oscuro,
trata que la cordura vuelva sus
pasos tranquilos,
y sumerja definitivamente al caos en el fondo de la razón,
no habrá entendimiento en aquellos que teniendo la solución,
gozan desde otro ángulo, los efectos nefastos
producidos por una bestia descerebrada, llamada caos.
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