La
horda avanza decidida rompiendo la monotonía del silencio. La calle se
estremece, el asfalto parece zigzaguear
al paso de la turba que desenfrenada tiene un solo propósito en mente: ¡zaquear!
Los edificios de los alrededores tiemblan, no se sabe en qué momento esa masa de gentío se detendrá. Cada quien trae su mochila o bolsón en dónde esconderá su trofeo
delictual.
Todas las ventanas se cierran de improviso, presienten un desenlace
prematuro, apagan sus focos los faroles y el silencio se mezcla con un murmullo que recorre la
turba. Los primeros son los que guían, profesionales en su trayectoria delictual, lo siguen algunos novatos que son primerizos y quieren acción excitante.
Ante ellos, la calle se abre como boca de lobo, la oscuridad los sigue a
zancadas, sabe que después del zaqueo cada cual volverá con su bolso cargado al lugar en donde todos se hacen los ciegos y se protegen.
Una vez cometido el delito y a punto de dispersarse, la bocina del auto
patrulla hace su entrada ululando y maldiciendo, presiente que será otra noche
larga, quebrando el sueño y llenando el ambiente de sobresaltos y pesadillas.
El miedo y la precaución cierran con doble llave, pasadores, candados, barras
de fierro, picaportes, puertas, ventanas, verjas y toda clase de protecciones.
Se han acostumbrado al asalto de uno o dos, pero ahora es peor, la horda se ha asegurado y unido ante las
fechorías, como las hormigas marabunta a no dejar nada y a no ser confrontadas.
Tienen su táctica y les ha dado resultado en un
mundo de violencia, corrupción y de mentiras. Se sienten, los reyes.
Francisco Arancibia Alvarez Son los tiempos mejores del neoliberalusmo.
ResponderEliminarexacto la delincuencia queda libre, gracias amigo Francisco, saluditos.
ResponderEliminarMará Angélica Es terrible vivir con el temor a un asalto, pero es la viva y dura realidad. Buen cuento.
ResponderEliminarasí es amiga Mará, a cuidarse,gracias besitos.
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