Se tocan, se acarician.
Las verdes manos de la trepadora buscan maravillada
los seguros brazos de los árboles.
Se miran en la profundidad de la savia
recorriendo sus venas con la velocidad de la brisa.
Día y noche danzan al ritmo de los astros,
unen sus manos suaves en una danza vegetal
y conversan de cosas escritas en la corteza de los
mayores.
Hay tanto amor, tanta paz, las flores suspiran
emocionadas a lo largo de la tarde.
El amor allí emana de lo verde, del interior del capullo,
flores, arbustos.
Es un renacer cada día en las espirales del tiempo,
la boca del viento sopla las semillas con amor de padre
las distribuye, las acomoda.
La enredadera aprieta su cuerpo delicado al tronco de su
amado,
lo acaricia y transmite
el placer del encuentro.
El sacude sus hojas y le regala una pequeña florecilla,
la primera de la temporada.
El perfume del amor envuelve el ambiente,
satura el momento con la frescura del alba,
con la brisa del atardecer.
La enredadera le dice tácitamente al amado
que no podría subsistir sin él,
sin su protección
y su apoyo.
El árbol mece sus ramas y hojas en señal de aprobación,
de dicha por vivir así uno en el otro
formando un mundo.
Ibis Valenzuela Romero
ResponderEliminarQue lindas son tuyas hermana???
jajajaja nooo, son de la internet jeje, hermosos copihues, besitos.
ResponderEliminarEmilio Barraza Duran
ResponderEliminarBuenísimo poema, sensibilidad profunda...
muchas gracias amigo Emilio, muy amable, saluditos.
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