No escuchó cuando la puerta se cerraba, los fonos
le cubrían las orejas y la música era estridente. Por eso cuando lo vio
aparecer en su dormitorio. Así de frente, con el rostro tapado por una bandana,
de un salto se incorporó en su lecho. Sólo atinó a preguntar ¿quién eres?, con voz temblorosa. ¿Cómo
entraste...? Sin embargo, el individuo no escuchaba y con prepotencia lo empujó fuera de su paso.
Desde el otro dormitorio se
sentía el ruido de cajones al caer, revoltijo de cosas que se esparcían por el
suelo. El botín debería ser más que contundente para esos escasos minutos que los delincuentes se daban. Lo
tenían todo planeado, por varios días
vigilaban la casa, quién salía o entraba, y las horas en que estaba sola. Ya era el cuarto asalto con
éxito. Pero hoy no habían contado con el
joven de catorce años que por encontrarse enfermo no había ido al
colegio. Mas, eso no impidió el asalto. El resto de la familia había dejado la casa temprano.
Los dos asaltantes provistos
de bolsos empacaban todo lo de valor,
joyas dinero, accesorios de avanzada tecnología, en fin, al chico lo amarraron y tiraron al suelo, por
supuesto que los audífonos caros y su tablet fue lo primero que entró en la
bolsa, las zapatillas de marca y una
chaqueta, aparte de otras cosas valiosas. De esta manera los delincuentes salieron sin omitir ruidos y
montaron en una moto que se alejó por el pasaje como Pedro por su casa.
Los maleantes dejaron pasar
dos días sin salir de sus viviendas,
luego se pusieron de acuerdo y escogieron otro barrio más alejado de la ciudad,
una casona de vacaciones de unos pudientes propietarios. Durante ese tiempo de vigilancia, los dos maleantes
se dieron cuenta de que la mansión, permanecía solitaria después de que el par de empleadas terminaban la limpieza. Entonces decidieron dar el golpe
esa noche. Se sentían unos expertos forajidos, con mucha personalidad llegaron
en la moto, rodeando un rato la casa para cerciorarse que no había nadie allí.
Con sus eficaces herramientas
entraron sin dificultad. Todo era silencio, la oscuridad les envolvía con su ala de complicidad. Sólo se escuchaba
el acompasar cauteloso de sus pasos y la
respiración de ambos. Los ladrones caminaron
hasta llegar a un lugar seguro y encendieron sus linternas. Rápido treparon la
escalera al segundo piso. Cuatro dormitorios y varios baños, una sala de estar,
y una pieza de estudio. Todo en completo orden. De pronto, un reloj dio unas
campanadas y los asaltantes entraron en pánico, pero luego se tranquilizaron sabiendo que era un
reloj, lo malo fue que los asaltantes no sabían que ese reloj sólo marcaba las
horas y en ese momento eran las 045. Los
secuaces siguieron abriendo todas las
gavetas de la oficina en busca de dinero o joyas, así revisaron los estantes,
en el saco que llevaba cada uno iban
echando todo lo de valor que encontraban. Por supuesto que en una gaveta con
llaves y, después de romper la cerradura, encontraron dinero y algunas joyas.
En un breve momento de silencio, uno de los
maleantes advirtió al otro de unos pasos
en la escalera. Lentamente se escondieron tras un armario mientras
apagaban sus linternas.
La noche se hizo densa y los envolvió con su
capa protectora. Los pasos continuaron
subiendo, pesados, como si un hombre robusto se encaminara al segundo piso. Lo
extraño que les pareció en ese instante era que no veían luces prendidas, sólo
el ruido de esos pasos, nada más. De pronto las pisadas se detuvieron junto al
umbral del escritorio en donde los asaltantes se encontraban. Uno de ellos apretó un puñal que tenía en el
bolsillo, el otro, sintió que le corría un sudor frío por la frente, pero
guardaron silencio tocándose el brazo como señal de precaución.
Pasaron cinco largos minutos y
nada, ni una sola pisada de aquel individuo que subió. Al unisonó se
pusieron de pie, el del puñal
avanzó primero, el otro se mantuvo junto a él
escudriñando las penumbras. Llegaron al umbral sin prender la linterna.
No había nadie, el pasillo hacia las
demás piezas estaba vacío. Veamos las otras habitaciones ordenó en susurro el
que llevaba el arma, el botín que tenían no era suficiente, debería haber más
cosas de valor en la casa.
A punto de salir de la oficina
sintieron que alguien subía las escaleras, los dos asaltantes entraron rápidamente y se escondieron detrás del escritorio. No querían
arriesgar a que fuera un policía o un vigilante nocturno.
Nuevamente los pasos subieron
las escaleras, sin apuro, con ruidos pesados que hacían crujir las tablas del
piso. Lo raro es que no había luces
encendidas o una linterna que les indicara la presencia del hombre. Nada. Los pasos se detuvieron enseguida
en el umbral del escritorio, uno al otro se contuvieron tocándose el brazo, en
espera de que no tuvieran un enfrentamiento, pero ese acecho
les hacia mella en los nervios que en otras ocasiones no tuvieron, algo
andaba muy mal. Cinco minutos de silencio. El
ladrón del puñal no aguantó más y salió de su escondite seguido por el
segundo, el arma la llevaba al frente dispuesto a todo. Prendió su linterna y
apuntó al pasillo. El piso se veía sin
movimiento ni luces en las otras piezas. Vamos, dijo, no me gusta esta casa, es
rara. ¿No vamos a ver las otras piezas? No, algo no está bien, vayámonos, mejor. Pero, ¿y si hay joyas en los dormitorios?, insistió el asaltante que no llevaba arma. No, te dije que hay algo raro que no me gusta aquí, exclamó
golpeando las palabras en voz baja.
Entonces
un cuadro que se encontraba junto a la bajada de la escalera cayó y rodó
dejando un sinnúmero de pedazos de
vidrios diseminados por los escalones. Los dos secuaces saltaron del susto, no
esperaban nada parecido. Sin embargo, cuando se disponían a bajar divisaron un
bulto que subía lentamente en el otro extremo. El primer asaltante lo
enfocó con su linterna en un afán de confrontación, ya estaba harto de
esconderse. Pero la luz no enfocó nada,
los cabellos se le erizaron de terror,
tiró la bolsa al suelo y corrió al estudio seguido por su acompañante. Sin titubear abrió una ventana con un ademán desesperado, mientras escuchaba
los pasos subir las escaleras, indicó a su amigo que saltaran desde allí. No lo pensaron dos veces y se
lanzaron al pasto rompiendo varias macetas de flores. Adoloridos por la caída, tomaron la moto y salieron sin
volver la vista con las manos vacías, pues ambos habían abandonado las bolsas
en el segundo piso.
Cuando al día siguiente
llegaron las empleadas como de costumbre a ordenar todo para el fin de semana
en que los patrones venían, encontraron las macetas rotas y el desorden en el
escritorio con las dos bolsas. Pero el cuadro que había caído, estaba en su
sitio habitual, intacto. Mira, Ana, don Luis debe haber asustado al ladrón pues dejó
sus robos y huyó por la ventana. ¡Abrase visto, niña, saltó desde la ventana! ¿Cómo
habrá quedado de magullado el pobre? ¡Qué pobre, para que aprenda el ladrón Ana!, que sepa
que los fantasmas aquí, sí cuidan
sus pertenecías.
Joaquina Sanchéz: Precioso el cuento último de ''Los ladrones'' que me has mandado ,acabo de leerlo y me ha mantenido intrigada hasta el último momento y realmente cuando he llegado al final tenía el bello de punta....qué sorpresa!!!;y, más con lo miedosa que soy yo.Te felicito! ,admiro muchísimo tú gran imaginación amiga.
ResponderEliminarimposible hurtar así, jajajajaaa
ResponderEliminarjajaja, comadre Ro, es mejor que poner alarmas, besitos de Marianela.
ResponderEliminarGracias estimada Joaquina por tu amable comentario, besitos de Marianela.
ResponderEliminarimperdible!!! realmente, admiro profundamente a quienes escriban cuentos!!! ami me resulta imposible!!, en fin varias cosas me resultan imposibles, en la vida!
ResponderEliminarun abrazo grandote
lidia-la escriba
www.nuncajamashablamos.blogspot.com
Querida amiga Lidia muchas gracias por pasar por esta casita y que te agraden mis cuentos, un abrazo cariñosos y un saludo por el día de las madres que aquí en Chile se celebro ayer. Besitos de Marianela.
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