lunes, 2 de febrero de 2015

ÁNIMA SOBRE EL ASFALTO




Cerrar la boca hasta sangrar sin ruido,
beber el sorbo amargo de la noche.
La ciudad parece dormir entre sobresaltos
de inaudita vigilia y espasmos de pesadillas.
Sin omitir un chillido se tapa las fauces
con las pálidas manos del alba.

El ruido quiere salir de su escondite,
encerrado en siniestra oquedad de silencio
no tiene alternativa; debe callar,
detener las palabras,
ellas se desplazan por el aire en completa desnudez
empujadas de brisa.

Las sombras se mezclan en danza callejera,
se deslizan furtivas  a través de las paredes.
No hay suspiros ni susurros que despierten a las bestias,
solo dejan  un amargo sabor a desconsuelo.

Nadie escucha mis acongojados pasos,
se apegan a un imposible y parecen volar por la desierta acera.
La sangre es una mancha oscura indicando fatalidad
pero yo no la siento, soy  polvo de estrella
volviendo una y otra vez al desenlace.
La noche avanza, me tiende su  manto y oculta
con delicadeza una tragedia.
Mas,  me dejo llevar en un nuevo camino,
rodeada de soledad busco incansablemente los trazos del ruido.
Aquél,  se ha ocultado en mi boca, féretro de una vida,
si no lo alcanzó tendré  que pensar, no existo
y quedaré trasnochada en el umbral del silencio
como un pequeño barco naufragado
en las turbulentas aguas  del destino.

¡No, basta!,  grito, hago alboroto, deshojo las tinieblas
y destruyo los nidos de la muerte,
me ovillo en el rincón del sueño.
Lo espero.
No viene.
Me abandona borrando mis huellas,
nada sucede,
el ruido es un animal ajeno,
se ha llevado mi voz y enmudezco.



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