Venía no sé de
dónde con los pies desnudos pisando las amapolas. No dijo nada, de sus ojos
brotaba un ramillete de soledad que daba pena. Soledad inaudita, abarcó todo a su alrededor y me envolvió en
su fría caricia. Le hablé con dulzura,
quería curar sus heridas. Al comienzo me
rechazó aterido de miedo, el temor
estaba por toda su piel que agonizaba sin caricias. Más allá del rastro
impreciso de sus pasos, no había nada que insinuara su pasado. Su presente era desastroso, cual una lámpara a punto de extinguirse,
limitado a abrir sus míseras alas a un vacío exorbitante.
Le hablé con palabras brotadas de
una vertiente de transparencia sutil,
pero no escuchó, el dolor abarcaba su cuerpo y su futuro como una sombra
avanzando más allá del entendimiento y cubrió
sueños, utopía, sonrisas que se quedaron danzando el un espacio fuera de
todo alcance. Quedó así, sumido en un mudo ruego, con los ojos fijos en un
punto inexistente sin poder continuar su errante camino hacia cualquier
precipicio.
Alce los brazos al infinito, buscaba una alternativa menos dolorosa, la
palabra precisa, la ternura que caía
copiosamente de mis ojos. Cuando no pudo más, clavó su mirada en el infinito
eterno, sin comprender que ya se vislumbraba su tenue destino, la partida de una mísera vida, a un viaje inexorable.
Joaquina Sánchez Fernández Precioso!!
ResponderEliminargracias amiga Joaquina recién colocado, besitos de Marianela.
ResponderEliminarHermoso!
ResponderEliminarMuchas gracias amigan Mery, besitos de Marianela.
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