domingo, 15 de marzo de 2015

ERRANTE



Venía no sé de dónde con los pies desnudos pisando las amapolas. No dijo nada, de sus ojos brotaba un ramillete de soledad que daba pena. Soledad inaudita,  abarcó todo a su alrededor y me envolvió en su fría caricia. Le  hablé con dulzura, quería curar sus heridas.  Al comienzo me rechazó aterido de miedo,  el temor estaba por toda su piel que agonizaba sin caricias. Más allá del rastro impreciso de sus pasos, no había nada que insinuara  su pasado. Su presente era desastroso,  cual una lámpara a punto de extinguirse, limitado a abrir sus míseras alas a un vacío exorbitante.
Le hablé con palabras  brotadas de una  vertiente de transparencia sutil, pero no escuchó, el dolor abarcaba su cuerpo y su futuro como una sombra avanzando más allá del entendimiento y cubrió  sueños, utopía, sonrisas que se quedaron danzando el un espacio fuera de todo alcance. Quedó así, sumido en un mudo ruego, con los ojos fijos en un punto inexistente sin poder continuar su errante camino hacia cualquier precipicio.
Alce los brazos al infinito, buscaba una alternativa menos dolorosa, la palabra precisa, la ternura que  caía copiosamente de mis ojos. Cuando no pudo más, clavó su mirada en el infinito eterno, sin comprender que ya se vislumbraba su tenue destino, la partida de una mísera vida,  a un  viaje inexorable.



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