El alboroto cundía por
minutos en el corral de los cerdos. Doña Panchita se había dado un largo baño
de barro esa mañana y los otros se paseaban nerviosamente para distraer un poco
la espera.
Meses antes, el hijo del patrón, un muchacho
de catorce años llamado Jorge, se había llevado a casi todos los cerdos adultos
muy bien engordados hacia la ciudad. Cuando doña Panchita le preguntó -para
dónde iban-, el joven contestó que para
un concurso de belleza las hembras, y los machos para ser coronados rey feo, lo
que agradó mucho a la cerda, y corrió la
noticia por todo el corral.
—Y ¿cuándo nos tocará a nosotros?
Preguntó Panchita con ingenuidad.
—Mira, Panchita, deberás irte
preparando con tiempo, pues para el concurso sólo admiten a los más gordos y
bonitos.
—¿Ah, sí? y ¿cómo me veo yo?
—Tú estarás bien en unos seis meses,
por supuesto que eso lo decide mi papá, afirmó el muchacho.
—Entonces tengo tiempo para estar en
forma, ¿no? Yo quiero ir y ser coronada reina de la belleza, seré la envidia de
todos los corrales. ¿Qué piensas tú, Jorge?
—No me hagas reír, Panchita, ya sabes
que eres mi preferida. Yo te encuentro muy bien, sólo que te falta un poquito
de gordura. Ya verás cómo cambias en unos cuantos meses.
Desde ese día doña Panchita comentó
la noticia y los chismes iban y venían, claro que las otras cerdas se pusieron
envidiosas y comenzaron una carrera de comer y comer
para superar a Panchita.
—Ajá, apuesto que habrá pelea en este concurso, dijo una cerda
glotona llamada Mimí, que de tanto engordar tenía el hocico casi cubierto por los cachetes.
Yo me voy a presentar también. ¡Qué va!
Sé que ganaré.
Cuando Jorge llegaba en las mañanas a
darles de comer, los cerdos corrían a su encuentro buscando nuevos motivos para
hacerle más preguntas.
—Oye, Jorge, ¿quién ganó el año
pasado?
—Creo que fue la Periquita, la
chancha negro con blanco, se apresuró a
contestar el joven.
—¿Quién crees que ganará este año?
—Bueno, ésa es una pregunta difícil,
todas ustedes están muy lindas y sabrosas, a lo mejor este año hay un empate.
—¿Qué pasará con nosotros los machos?
Preguntó un cerdo negro bigotudo, que pesaba como doscientos kilos.
—Pues ustedes también van a competir
y esto se está poniendo interesante, todos se ven muy guapos y enormes.
—¡Ay! ¡Qué bien me veré con mi banda
de rey feo! Dijo un cerdo blanco mientras se miraba en un charco.
—Oye, Jorge, y ¿qué pasa después del concurso?, pues nadie
ha regresado de la competencia anterior.
—Sí, es cierto, contestó el joven, lo
que pasa es que los llevan a pasear alrededor del mundo a los mejores restaurantes y hoteles. Bueno,
eso es lo que dice mi papá.
—¡Qué vida!, entonces estoy más
interesada en ir, dijo una chancha de
color pardo-gris.
—¿Cuándo estaremos listos, Jorge?
—Yo pienso que en un par de meses. Mi
papá vendrá a pesarlos y si tienen los kilos requeridos podrán concursar.
—Doña Panchita, ¿se da cuenta? Parece
que todos iremos, estamos bien entraditos en carnes ¿no le parece?, afirmó la
cerda glotona.
—Sí, yo pienso que esta vez habrá
empate, como dijo Jorge, respondió Panchita acariciando una de sus orejas
coquetamente.
Los meses siguieron corriendo y los
chanchos engordando felices, hasta que un día llegó el patrón con dos cerdos
que había comprado a un vecino.
—¿Quiénes serán ésos?, preguntó la
cerda Florentina. Vamos a saludarlos, dijo con curiosidad.
Los cerdos nuevos miraban asustados y
con mucha desconfianza mientras estaban en la camioneta, pero después de
bajar respiraron con alivio y entraron
al corral.
—Buenas tardes, señores, ¿qué les
trae por aquí?, preguntó adelantándose el cerdo El Bigotudo que se creía
el líder del corral y aparte de ser de
mal genio, era muy quisquilloso y testarudo.
—¡Ay, qué alivio!, dijo uno de los
recién llegados de nombre El Cafeconleche, pensamos que nos llevarían de vuelta
a la fábrica.
—¿De qué fábrica habla usted, es otro
corral? Preguntó doña Panchita.
—¡No! Nada de eso, es un lugar
siniestro donde faenan a los cerdos y los convierten en cecinas, explicó el
otro, llamado El Pimienta, por lo fuerte que olía.
—¡Qué horror! ¿Cómo pueden hacer eso?
Exclamó Florentina horrorizada.
—¡Basta de mentiras! Intervino El
Bigotudo, con aire de suficiente.
—Por
favor, déjenme explicarles,
pidió El Cafeconleche, cada año nuestros dueños,
escogen a los cerdos más gordos y, después de pesarlos, los llevan a esas famosas fábricas. Nosotros
fuimos, pero no nos aceptaron porque no
teníamos el peso indicado y nos devolvieron para engordar.
—¡Ajá! ¡Pero a nosotros no!, exclamó
El Bigotudo, Jorge es nuestro amigo y confiamos plenamente en él, nos dijo que
nosotros iríamos a un concurso de belleza.
—¡Ja, ja, ja! Señoras y señores,
¿quién les contó tamaña mentira?,
preguntó El Pimienta. ¿Dónde están los del año pasado?, que yo sepa nadie ha
vuelto.
—Lo que pasa señor Cafeconleche, es
que después del concurso los llevan a recorrer el mundo y a los mejores
hoteles, afirmó Panchita.
—Claro que sí, doña, pero hechos
cecinas, rió nuevamente El Pimienta y luego se puso serio al recordar a sus
familiares desaparecidos.
—Miren señores, no vengan a
asustarnos, mañana hablaremos con Jorge, nuestro patrón, él sabe todo y nunca
nos ha mentido, diciendo esto doña Panchita dio por terminada la conversación,
tan alterada que no tuvo ganas de
comer el resto del día.
Al día siguiente Jorge llegó como de
costumbre a darles de comer y los cerdos
se abalanzaron a su encuentro cada uno con unas cuantas preguntas, sólo, en el
otro extremo, los cerdos nuevos no se movieron.
—Jorge, Jorge, ¿Cómo se
llama el lugar del concurso? ¿Es verdad que allí nos matarán? ¿Seremos
convertidos en cecinas? ¿Por qué nos has mentido? ¿Qué pasó con nuestros
hermanos, qué sabes de ellos? Jorge, dinos la verdad, somos tus amigos
¿no?
—Vamos, vamos, ¿a qué
vienen tantas preguntas, no confían en mí? Ya les dije lo que yo sé, no se
alarmen, mi padre los llevará a la ciudad, él los cuidará, cálmense por favor,
les puede hacer mal.
—Pero Jorge, ¿qué paso con los cerdos anteriores? ¡Aún no regresan!,
exclamó angustiada doña Panchita.
—Ya les dije que andan de vacaciones.
Calma.
—Sí, claro, pero hechos cecinas,
agregó el cerdo Negroconmanchas.
—Miren ustedes, no se alarmen. No se
preocupen que nada les pasará, se los prometo, vayan y sigan engordando para el
concurso.
Pero los cerdos preocupados no
pudieron tragar nada y hasta se les quitó el apetito. El solo pensar que serían
convertidos en embutidos les ponía la carne de gallina. Los días subsiguientes,
Jorge se encargó de tranquilizarlos prometiéndoles traer noticias de los cerdos anteriores. Así
poco a poco se fueron calmando y comenzaron a engordar. Los puercos nuevos se mantenían aislados pues
los otros los llamaban embusteros y envidiosos, y decidieron no dirigirles la
palabra nunca más. Entonces llegó el anunciado día en que el patrón vino a
pesarlos uno por uno. Los únicos que no tuvieron el peso fueron El Pimienta, El Cafeconleche y los cerdos
jóvenes, el resto, con amplias sonrisas,
subieron al camión. Doña Panchita iba feliz pues había pasado el peso máximo,
una maravilla, había dicho el patrón y ella se sintió muy complacida dando una
mirada de triunfo a las demás cerdas. Cuando subió al vehículo, vio un letrero en el costado que decía: “Los
cerdos más hermosos del país”, lo que la llenó de orgullo, claro que ninguno de
ellos leyó el rótulo al frente del camión que decía: “Fábrica embutidora de
cecinas para restaurantes y hoteles del país y extranjeros, El CERDO FELIZ.”
pobrecita doña Panchita...
ResponderEliminarSiií, ver para creer comadre, gracias por su visita, besitos de Marianela.
ResponderEliminarAndrea Jorquera Jijiji este cuento me encanta.
ResponderEliminargracias andreíta un momento de humor, besitos de Mom
ResponderEliminarRosa Hurtado Hidalgo Jajaja que chuli jajaja
ResponderEliminarGracias Rosa Hurtado, que bueno que te divirtió, besitos de Marianela
ResponderEliminar