La mudez de la soledad
muerde tu ausencia
y sobre el ventanal vacío, taciturnas sombras obnubilan,
caen como lluvia estelar, estrellas fallecidas.
Todo se oscurece, faltas. Faltas hasta el cansancio,
no hay una luz que me proteja
y la incertidumbre merodea mi existencia.
Desde tan lejos tierra amada, no escuchas mi adolorida
queja.
¿Dónde estás que no oyes?
Tal vez callas. la noche se cernió sobre tu cielo
y cerraste los párpados, esperado el ansiado día.
En mi corazón sólo late la nostalgia,
único ritmo que acongoja mi canción.
¡Veme, madre
patria!, el exilio
es una herida que no cicatriza,
hiere como daga enfurecida.
Hay otros pájaros que entonan melodías,
otros rostros que no reconocí,
no quise reconocerlos, sólo a ti buscaba
y no eras ellos, y ellos no eran tú, mi pueblo.
Sus voces, no decían nada, no hablaban de ti,
contestaban en otro inadmisible idioma.
Oh tierra, patria tan infaustamente lacerada,
¡resiste!, te pedía, ¡resiste!
Mas, mi telegrama se iba sorteando las montañas,
los ríos subterráneos llevaban mi agónico mensaje,
tropezando, burlando infinidad de barreras
y se perdía en el
incesante y lento gotear
de la piedra,
y no tenía calma, tú tan lejana, envuelta en brumas,
cautiva en tu solitaria cárcel.
Y yo, buscándote en los sueños, náufrago
en medio del caos, sin cielo ni estrellas.
Un ir y venir del pensamiento
por un exilio
intolerable,
agobiado por fatídicas visiones.
¡Oh madre patria!, busco tu mano protectora
y no la encuentro, se ha perdido el eslabón,
y a la deriva navego
pronto a estrellarme en los acantilados de la vida,
sin más recuerdos
que tu tibia almohada,
en donde he depositado todos mis anhelos.
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