Cuando
abrí la puerta el buitre estaba allí en la misma rama, observando algo que no
pude adivinar. Me asombré de volverlo a ver desde esa mañana. ¿Sería el mismo
animal?, ¿me pregunto ahora, qué espera? Supongo que estas aves son de rapiña y comen cosas en descomposición.
Por eso, estuve mirando los alrededores, tal vez podría haber
algún animal muerto.
El buitre no me perdía pisada,
estaba atento a cualquier movimiento que hiciera. Sus ojos malévolos
fijos, me comenzaron a molestar, le hice un ademán con la mano, pero él sólo
movió su rojo cogote y siguió cada uno de mis movimientos con más atención.
Me sentí cohibido con ese feo animal que no me perdía de vista y entré
a la casa. Me sorprendió el desorden que en ella había, no recordaba haberla
visto en tal estado. Platos sucios con desperdicios de comidas antiguas aún
permanecían en la mesa. La cocina era un asco, ¿es que aquí nadie hace aseo?
La
pregunta quedó en el aire sin que nadie la contestara. Entonces recordé a mi
mujer y a mis dos hijos, seguramente estaban dormidos en sus respectivos
dormitorios, pensé, y allí me dirigí. Abrí la puerta de los niños,
y el cuarto estaba totalmente vacío. No
lo podía creer, ¿qué está pasando aquí?
Fui directo a mi recámara que compartía con mi esposa. La pieza estaba toda revuelta, la cama desordenada, y
al mirar el closet sólo había ropa mía. Me llevé las manos a la cabeza en un afán
de comprender qué estaba pasando. ¿Desde cuándo estaba solo? ¿Cómo no me di
cuenta de que ellos no estaban en casa? Por lo que veía, algo grave había
sucedido, pero, ¿cómo yo no sabía qué pasó? Esta pregunta me crispaba los
nervios, mi cabeza estaba a punto de estallar, todo era inaudito, alguien me
estaba jugando una broma de muy mal gusto.
De pronto, traté de recordar mi nombre y no lo logré, por más
que me estuve esforzando una nube
circunnavegaba mi cerebro impidiendo hilvanar mis pensamientos. Al pasar junto
a la ventana pude constatar que el
buitre continuaba allí impávido.
Retrocedí disgustado. Abrí la puerta,
y antes de salir tome un bastón con el
fin de espantar a ese maldito animal, que me estaba sacando de quicio. Sin
embargo, al mirarme en el espejo del
paragüero, vi con horror a un hombre lleno de heridas putrefactas que me miraba
con espanto. En ese instante el buitre se lanzó sobre mí con sus garras afiladas y caí bajo su peso mientras
su pico destrozaba mi cara.
Carlos Alberto Weber Ramírez MUY INTERESANTE EL CUENTO, MARIANELA. FELICITACIONES
ResponderEliminarMuchas gracias Carlitos, saludos de Marianela.
ResponderEliminarmuchas gracias AMJ.
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