Dicen
que sale enloquecida cubierta de harapos y revuelve las crestas del mar. Sube a
las embarcaciones casi ahogadas de tanta agua y las sacude como cáscaras de
nueces empujándolas hacia las fauces abiertas del océano. Dicen que la siguen
fieles como bestias los truenos y encolerizados relámpagos que rompen el
cristal del cielo y rugen que dan escalofríos. Siempre furiosa del hombre y su
descendencia, lo amenaza y lo sumerge en la oscuridad por su demencia
destructiva en contra del planeta.
Arrecia sorpresiva quebrando metáforas aun en su capullo. Derriba los
nidos y sus inocentes habitantes. Deambula sobre las olas enfurecida y las
derriba frente a la playa, mientras la costanera se parapeta en el deseo de que
todo pase y vuelva la calma. Es ella, la tempestad que se hunde en el océano
para salir de nuevo llena de energía y azotar el litoral, dejando profundas
cicatrices en las desiertas playas y caletas hambrientas de peces. Es una forma
de desquite, la lujuria de sentirse poderosa de producir dolor y desamparo.
Dicen que no se puede contener, es libre de vagar como una reina
exhalando un profundo desconsuelo por pérdidas irremediables. Dicen que ya
cansada de tanta devastación y de haber consumido en su vientre hombres y toda clase
de embarcaciones se recoge sumisa a disfrutar de sus tesoros en algún rincón del océano.