El río avanza con
un lodazal de malos augurios. Recoge a su paso todo lo que le estorba en su
camino. Su lengua húmeda se apropia de las orillas, las lame hasta quitarles
las impurezas. Todo es un caos, el río, antes sediento, ha tragado demasiada
agua y ahora la escupe a torrentes, un caudal que da miedo, oscurecido por la
rapidez que lleva. Sus dientes de espuma muerden la rivera y la ensanchan hasta
alcanzar las primeras casas. Las invade con curiosidad, entra sin pedir permiso
y recorre los cuartos a su entero antojo
sin medir consecuencias.
El
río no piensa, no tiene conciencia, es sólo un elemento. Los animales, se
agitan en sus corrales, el viejo no sabe qué hacer y abre todos los postigos y
alambradas en un afán por salvar sus vidas. Los cerdos han sido alcanzados y
una lengua de agua los arrastra hacia el
torrente, chillan de espanto, mientras
luchan sin poder desasirse de esos potentes brazos de agua.
Una bocanada arrastra al viejo que se aferra a
un árbol, se amarra con desesperación al tronco usando una cuerda, el río se
engrifa, lo quiere para su juego, le
coge las piernas y lo tira como a un muñeco, la cuerda lo mantiene
tirante, pareciera que su cintura va a ceder dividiéndolo en dos partes. Una
vaca pasa por su lado mugiendo de terror, le mira con sus ojos espantados, pero
ya no puede resistir esa locura que la arrastra hasta engullirla entre lodo
y aguas turbulentas. La mira desaparecer
en la corriente. En unas ramas más arriba observa unos bultos que se aferran
con patas y uñas al ramaje atormentado. Son
sus pollos, unas gallinas y un gallo se tambalean apegados a las ramas.
El
anciano ve con desesperación cómo el río se lleva su vivienda, sus enseres,
todo lo que formó parte de su vida, se va río abajo desbaratado por las
circunstancias. El viejo ha trepado a unas ramas usando sus últimas fuerzas. Se
queda allí encaramado, con una mueca de dolor en su rostro, mirando la
voracidad del río que era su amigo hasta hace poco, siempre se jactó que había
hecho un pacto de no agresión, sin embargo, ahora ve que no se puede confiar en un amigo que no tiene sentimientos
y que le nace un voraz apetito de destrucción abarcando todo a su paso. Ya no
es su amigo, piensa, lo mira con tristeza desde lo alto, contempla como se
engrifa, haciendo un remolino más abajo. El hombre teme que el árbol ceda y se lo lleve junto a sus animales y casa, más allá de lo irrecuperable que es su propia vida.
El
río ha corrido desenfrenado todo el día, pero al atardecer ha comenzado a retirarse
paulatinamente. Fue sólo una advertencia, pareciera decirle, “no te acerques a
mí, no tomes confianza, soy indomable”. - Sí, claro, refunfuña el viejo, si no te necesitara me habría ido lejos de ti,
mal amigo, mira cómo me has dejado, me
has robado todo y ¿ahora qué hago?,
solloza, ya no hay tiempo para comenzar de nuevo, mejor me llevas también.
El
hombre se desata y con lágrimas en sus
ojos, sin pensarlo más, se deja caer en las sedientas aguas que lo engullen.
Emilia Victoria Poblete Muñoz Chutas, y se nos fue por el agua... Buen cuento
ResponderEliminargracias estimada Emilia, qué le vamos a hacer, jejeje, besitos.
ResponderEliminarAngelica Perez Zurita Terrible final buen relato gracias Marianela
ResponderEliminarmuchas gracias Angélica, esta tarde irá otro, besitos.
ResponderEliminarIris Fernandez El grito me fascina esa pintura.
ResponderEliminarsí impresionante.
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