martes, 1 de octubre de 2024

HUBO UNA VEZ

 

La verdad es que hubo varias, cada vez que la abuela salía de compras, el abuelo se  echaba a dormir en el sillón y se quemaban los porotos. Cuando la abuela regresaba de sus mandados, ahí lo encontraba durmiendo, mientras en la cocina, la olla se quemaba con los porotos secos, sin agua. Entonces la abuela se indignaba,  corría de un lado para el otro tratando de salvar  su olla y su cocimiento, pero todo era inútil,  el humo cubría  con su espesa fragancia de porotos quemados toda la casa, y el abuelo, qué va,  como si todo fuera normal, abría los ojos después del último ronquido y miraba un punto lejano preguntando, ah ¿ya llegaste vieja? Para qué repetir lo que la abuela le respondía que hasta el gato salía despavorido de la casa y el abuelo se mantenía con un signo de interrogación en los ojos, preguntando, ¿qué pasa vieja? ¿Ya se cocieron los porotos?, mira que me senté a pensar y  parece que me dormí.

¡Ah, viejo haragán!, ¿no me digas que ahora tienes hambre? Así parece, me desperté con mucha hambre, ¿ya están listos los famosos porotos? ¡Qué disparate!, te los puedes comer quemados,  “te dije que los revolvieras y  estuvieras atento”, si sigues así de desatendido, te morirás igualito que el ratón Pérez que se cayó en la olla por  flojonazo.

Oye viejo, si continúas de esta manera, no podré dejarte solo en la casa,  no tiene razón que tú te quedes, mientras yo cargo mi espinazo con las bolsas del mercado. La próxima vez irás tú con la lista de las compras y yo me quedaré en casa revolviendo los porotos. Bueno, vieja, si tú  quieres  yo iré  y verás que ni me quejo, contestó el anciano refunfuñando por el reto.

A la semana siguiente le tocó  al abuelo ir  de compras con una larga lista y unas bolsas vacías. Al llegar al mercado justo en la entrada, se encontró con un amigo de su infancia y se pusieron a conversar, el otro lo invitó a  un café de olla que doña Matilde preparaba, allí en el mismo mercado. Conversaron mucho de  antiguas pololas y desengaños, de amores platónicos y de los prohibidos, los dos se echaban de vez en cuando algunas porras, de pronto el abuelo se dio cuenta de la hora, porque ya estaba sintiendo mucha hambre y se paró de prisa, luego se despidió de manos. ¡Chao por ahora,  otro día nos vemos amigo!  Ah, ¿ya te vas? Sí, sí, tengo una lista de compras. El  anciano caminó rápido escarbándose los bolsillos pero no encontró la lista,  ¿dónde se metió esa maldita hoja de papel? Iba tan distraído que no vio unas hojas de lechuga votadas en el suelo y resbaló cayendo con estrépito, golpeándose en el frío pavimento. Los feriantes alarmados lo fueron a asistir, pero del abuelo ni pio, estaba como muerto con el golpe en la cabeza. Los paramédicos acudieron más tarde y se lo llevaron al hospital, allí por más que trataron, el abuelo no volvió de su  caída y lo dieron por fallecido.

Cuando la abuela se enteró del suceso, fue algo terrible para ella, no se podía consolar echándose la culpa por haber mandado al viejo al mercado. Ese día como nunca, los porotos  quedaron de maravilla y la mesa puesta envejeció sin los comensales.  Después de un tiempo, la abuela se sentó junto a la puerta de la calle, a llorar y a lamentarse de su desgracia, pensando que tal vez, salvó al viejo de morir ahogado en la olla, como en el cuento, pero de igual manera la  muerte le hizo una zancadilla y se lo llevó por despistado.

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