Navego
entre tu pecho y la sábana en pos de la marejada salvaje
que has prometido tácitamente.
Tu cuerpo
se ilumina de perlas al vaivén de invisibles olas. Yo
surco tu continente
alcanzando el horizonte ansiado.
Somos peces
llevados por la corriente turbulenta del amor hacia lo
desconocido, donde las pasiones se confunden
con sagrada transparencia.
Un instante
sólo eso, momento que se alarga con el ímpetu del beso
ancestral, alimentado de tantos espacios vacíos.
Mi mente
se despobla de palabras que agonizan al cruce de
relámpagos y he olvidado mi nombre ensimismada por el fragor del encuentro.
Somos
uno y dos, un pez
que deja una estela plateada, iluminado por un sol naciente
que se pierde bajo la mar en profundos e indescifrables
laberintos.
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