Te encuentras en un estado lamentable y todo por
testarudo.
Todavía recuerdas a Eduardo,
tu hermano, cuando te dijo que no fueras a ese rancho, que estaba maldito, pero
tú ni caso le hiciste, ya tenías la mente programada, irías de todas maneras con Juan Carlos y Pablo.
Estaban de vacaciones, cada
día debería ser una nueva aventura, por eso concebiste esa idea, cuando Palma,
el pordiosero y loco del pueblo, enfadado con ustedes tres, les apostó a encontrarlo esa noche en el rancho
abandonado.
Te reíste de él, y le
respondiste sin consultar a tus amigos que sí, que no le temían a nada, que
allá lo encontrarían. Cuando el hombre se fue, miraste el rostro de tus amigos,
ellos ya no reían, permanecían lívidos, y una vez que salieron de su estupor,
te reprocharon la osadía ridícula de involucrarlos en esa extraña aventura,
mientras a lo lejos el Palma, lanzaba risotadas e improperios volteándose varias
veces a mirarlos y les apuntaba con un
palo.
Todos los días el Palma, (así
le llamaban) bajaba al pueblo cargando una bolsa negra con sus pertenencias, un
peso que lo hacía caminar con dificultad, además de tener un pie torcido que le menguaba la marcha, producto de una quebradura mal
tratada. El hombre recorría las calles riendo, otras veces hablando en voz alta
y discutiendo con personajes de su imaginación que lo perseguían por doquiera.
Y para más, ese día tuvo el encuentro con ustedes y se agregaron a su lista de
personas que lo hacían vociferar a
diestra y siniestra.
Ustedes gozaban contestando cada grosería del
pordiosero, hasta que Miguel, el policía, les espetó duramente un sermón, sin
embargo, te atreviste a desafiarlo. En
tu mundo de adolescente todo era divertido, hasta esa noche.
Mucho antes de la hora citada,
colocaste en tu mochila una linterna y algunas otras cosas que creíste podrían
servir. Cerca de la medianoche escapaste por la ventana de tu cuarto mientras
tus padres dormían. Cruzaste el parque Juárez que lucía solitario rodeado de
sombras que reptaban el suelo cada vez que la brisa movía los frondosos árboles. En lo alto la luna con su
media cara, iluminaba tus pasos jugueteando por entre las ramas. Las lechuzas
te seguían con sus ojillos rodeados por grandes círculos radiales de plumas y de vez en cuando lanzaban sonidos que parecían seseos. Pronto llegaste
al barrio de la Normal y avanzaste decidido hasta llegar a la calle Vasconcelos
número catorce, suavemente golpeaste la
ventana del cuarto de Juan Carlos y éste salió a tu encuentro sigiloso portando
una mochila parecida a la tuya. En el diecisiete de la misma calle silbaron la señal acordada y
Pablo escapó cuidadosamente de casa de su hermana Ibis, en donde pasaba sus vacaciones.
Tenían dos días de diversión;
el día de los Muertos y el de todos los Santos. El primer día lo pasaron en el
centro, visitando altares muy llamativos
y tumbas construidas en la plaza principal, comieron pan de muerto y tomaron chocolate caliente que el Ayuntamiento
ofrecía a todo el que pasaba por allí. Compraste unas calaveritas de azúcar y
tuviste que acompañar a la abuela al panteón a pesar de que no te gustaba ese
lugar. El segundo día ha sido muy diferente,
lo has pasado en cama.
En la tarde del día de los
Muertos, tuvieron el incidente con el Palma, y la decisión de ir a su encuentro
a la medianoche. Una vez reunidos, ordenaste con voz imperativa que era hora de
irse, los otros dos te miraron sorprendidos. ¡Cállate güey o vas a despertar a los vecinos!
Juntos pasaron rodeando el
panteón. La luna se había apostado sobre los muros iluminando los mausoleos, y
parte de algunas estatuas que las hacía ver siniestras. Desde los árboles
sentiste de nuevo el seseo de las lechuzas como una invitación a lo
desconocido, los otros cuchichearon un tanto asustados, ¿oye no será mejor que
nos volvamos? insinuó Pablo. Pero tú, te
volviste sólo para reír sarcásticamente
aduciendo que era un miedoso, ¿qué, ya te estás haciendo en los pantalones, mi niño? Pablo
sólo contestó con una especie de gruñido que los hizo carcajear. Después de
pasar el Triángulo encontraron un gran sitio vacío en donde durante el día
pastaban los animales. A lo lejos divisaron el rancho abandonado, allí se
suponía los estaría esperando el Palma.
Propusiste llegar con cautela y sorprender al vagabundo, y darle así el susto de su vida.
Volteaste hacia tus amigos
para mostrarles una máscara que traías. Los otros se quedaron perplejos. Oye,
¿y para que traes esa cosa? Preguntó Pablo. ¡No seas pendejo!, ¿para qué?, pues
para asustar al imbécil, exclamaste. ¡No manches, güey!, te estás pasando, ¿y si le da un ataque al
hombre? Ya, ¡ahora te pusiste sentimental! ¡No la riegues! Sabes, yo vine a
divertirme, no para cagarla, agregó Pablo disgustado. ¡Ay, mi niño guevoncito!,
¿qué te pasa, güey?, todavía no comienza la diversión y te estás acobardando.
¿Sabes qué?, si no tienes güevos puedes regresar y esconderte bajo las faldas
de tu hermana. Juan Carlos trató de intervenir calmando los ánimos pero ya era
tarde, Pablo había decidido irse. Deja que se vaya el cobarde. Mira, Antonio,
vinimos a divertirnos sanamente, no a causar problemas, vamos a buscar a Pablo.
Sabes, Juan Carlos, ve tú y le ruegas al güey, yo, yo seguiré, allá nos
encontramos. No esperaste una respuesta de tu amigo, diste la espalda y
continuaste hacia el rancho muy en tu papel de macho.
Mientras Juan Carlos corría
tras Pablo dando pequeños silbidos, a paso rápido
te fuiste acercando al lugar. Al llegar frente a la puerta entreabierta sonreíste,
y te colocaste la máscara. Nuevamente la
luna te siguió, penetrando por los agujeros del techo con sus tenues cabellos.
Caminabas a paso lento alumbrándote con la linterna y tratando de sorprender al
Palma dormido en algún rincón de las derrumbadas habitaciones. Pero sólo encontraste
una escalera que daba a un pequeño sótano y que alguna vez sirvió para guardar
los granos y verduras. Como el hombre no estaba en ese piso, entonces decidiste
bajar. Al comienzo la escalera se veía recta, pero a medida que ibas bajando
notaste que daba una vuelta, y luego otra y otra. En un momento quisiste
regresar con tus amigos, en ese instante se
escuchó un ruido, algo así como ronquidos, y supusiste que allí terminaba la
escalera y encontrarías al loco durmiendo.
Con una sonrisa de triunfo
acomodaste la máscara en tu cara y sacaste una cámara de tu mochila para fotografiar al vagabundo en una pose que
te divertiría mucho mostrar a tus amigos. ¡Ven, cobardes!, yo le saqué la foto
más ridícula al estúpido, ya no querrá volver en su vida a hacerse el loco. Eso les dirías, y te
sentirías orgulloso de tu triunfo.
Al continuar bajando con
precaución, te sorprendió encontrar que la escalera se ensanchaba y se
convertía en un camino, ya no había paredes sino grandes piedras separadas con
espacios vacíos y oscuros, todo envuelto en un fétido olor. La luz de la
linterna era escasa y apenas podías iluminar lo más cercano a ti. Inquieto, te quitaste
la máscara, eso no estaba en tus planes. De pronto, se escuchó el llanto
de alguien que en la oscuridad pedía auxilio, sentiste que tus cabellos se
erizaban y un escalofrío te recorrió el cuerpo, con tímida voz llamaste a
Palma, ¿Palma, qué haces?, ¡deja ya de esconderte, güey! Nadie contestó, hubo
un silencio nauseabundo, luego otra vez el lamento. ¡No jodas! ¿Quién mierda anda
ahí? La voz sólo respondió, ¡aquí, por favor, ayuda! ¡Voy! Bajaste iluminando
el lugar en busca, supuestamente, del vagabundo.
¿Palma, eres tú, dónde estás?,
preguntaste con voz indecisa. De pronto los lamentos cesaron y en su lugar
escuchaste risitas, por aquí, por allá. ¡Basta, güey!, ¡no manchen!, ¿quién
anda ahí?, ¡ya, no jodan! Otro silencio y de repente escuchaste murmullos,
muchos murmullos. En ese momento decidiste regresar, al dar la vuelta viste
algo que se movía en una orilla del camino. ¡Mierda, atrás!, gritaste con
fuerza. La luz de la linterna comenzó a agotarse, con desesperación tomaste la
cámara y sacaste una y otra foto, pensaste que el flash ahuyentaría a esa cosa,
tal vez una rata. Entonces viste muchos brazos que emergían de una especie de
ciénaga. ¿Qué es esto? ¡Chucha!, ¿dónde putas estoy? preguntaste angustiado con
un hilo de voz. Pronto comenzaste a correr alumbrando apenas con esa escasa luz
hasta encontrar casi a tientas, la escalera, cayendo y golpeando tus rodillas
varias veces. Durante nueve vueltas
pudiste escuchar nítidamente esos lamentos, risas y murmullos
que te seguían a medida que subías, haciendo que tus piernas flaquearan de
pavor. Desesperado lanzaste con fuerza la linterna a tus espaldas y en un
momento todo quedó a oscuras y, tanteando las paredes en un recodo sentiste el
golpe, nada más, un fuerte golpe en la cabeza y perdiste la conciencia.
Cuando despertaste, un ser
horrible te miraba y reía, diste un grito de terror y volviste a perder el
conocimiento.
Después de unos minutos
volviste a la razón, allí estaban tus amigos jalándote fuera del rancho
abandonado. ¿Qué, qué paso, güey?, no puedo caminar. Cálmate, la regaste güey,
¡te lo advertimos, güey! ¡No manches, güey, mira como quedaste!, ¿qué les vas a
decir a tus padres? ¿Qué, qué me pasó?, me duele todo el cuerpo. Pues, ¿qué no
te acuerdas, mi niño? Ya, no jodas, no, no recuerdo nada, ¡ay, mi cabeza! Pues,
nosotros te encontramos en el suelo güey,
el Palma tenía tu máscara puesta y estaba golpeándote, decía que eras un demonio
de allá abajo, que él no te iba a dejar salir del infierno. Estaba como loco, te
golpeaba y luego a tu mochila, la dejó toda destrozada. ¡Mira como estás güey! ¡Ay, mis
piernas!, me duelen mucho y mi cabeza... ¡Eso no es nada, mi niño!, exclamó Pablo,
si no llegamos a tiempo te habría quebrado todos los huesos.
Entre los jóvenes hicieron una silla con las manos y de esa
manera te llevaron a tu casa, descansando por momentos en el camino, y tú, quejándote y tratando de
contarles lo que viste, de explicarles tu aventura en el sótano, la rara
escalera circular, recordabas sus nueve
vueltas, los lamentos, en fin, nadie creyó aquel cuento. Tus amigos y parientes te
hicieron bromas, dijeron que habían sido los golpes del loco que te trasladaron
al infierno, que enfadado te confundió,
por llevar máscara de diablo y por eso
te golpeó. ¡Pero yo no llevaba la máscara puesta!, reclamaste adolorido. Eso no
lo sabemos, güey, al final en vez de
asustar al idiota, tú fuiste el que salió mal del asunto, ¡por pendejo!
¡Pero, yo bajé al sótano! ¿Qué sótano?, si
está todo cubierto, sólo hay una puerta.
¡No les digo!, ¡yo bajé una escalera super larga y luego un camino! ¡Estás
todavía delirando! ¡Yo bajé, no les digo, güey! Oye, ¿te volviste loco con los
golpes? Entiende Antonio, todo está
cubierto de escombros, sólo hay dos escalones nada más güey, exclamó Pablo.
Tus padres se enfadaron
contigo por escapar sin su consentimiento y lo mismo pasó con tus amigos. Tu
hermano al verte en ese estado, sólo agregó a los reproches que, él te lo había
advertido, el rancho estaba maldito y siempre pasaban desgracias a su
alrededor. Sí, exclamó Andrea, el Palma es cosa seria, cuida su territorio y para
rematarla, golpea fuerte, todos rieron.
Pobre cretino loco, pensaste,
vive allí en el rancho abandonado desafiando a los demonios y manteniéndolos en
su lugar, claro, eso nadie se lo cree, excepto, tú, tú que
por tu afán aventurero sacaste la peor
parte.
Ahora, bruscamente se
terminaron las vacaciones, estás en cama, adolorido, sin embargo, sólo piensas en revelar esas fotos que tomaste.
A ver, quién se ríe de quién, te dices mientras haces una mueca de dolor al tratar de moverte.
Interesante adopción del lenguaje coloquial mexicano en los diálogos, buen cuento (ojalá que les guste también a los ayatolas)
ResponderEliminarJorge
Muchas gracias Jorge por tu amable comentario, saludos de Marianela.
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