Con
la mochila al hombro subí al autobús. Era la primera vez que viajaba solo, y
eso me hacía sentir adulto. Mi abuela estaría esperándome en el otro extremo
del trayecto. Sentí las campanadas de un reloj anunciando las 8 de la noche. Me
sorprendí no saber de dónde vinieron esas campanadas. Pero al ver el rostro
indiferente de los pasajeros, decidí no prestarle atención.
Llegué hasta el número 13 y
me acomodé en el mullido asiento junto a
la ventana. El bus se ponía en
movimiento y dejaba una estela de pensamientos apesadumbrados, que caían sin
ruido y asustados al sentirse lejos del confort de mi cerebro. Puedo decir que
habían muchos pasajeros en los otros asientos, sólo que el espacio junto a mí
continuó vacío hasta la próxima estación de buses. Un hombre pequeño y raro
dejó su maletín en el compartimento, sobre nuestros asientos, y se ubicó junto
a mí. Lo miré de reojo, pero él parecía ignorarme y opté por observar la calle que se alejaba con su
bullicio de vendedores ambulantes y no
darle importancia.
Al salir a la carretera el bus tomó más velocidad. Las luces de neón
alumbraban, hasta que salimos de los límites de la ciudad y nos adentramos en
la selva asfáltica y oscura, iluminada sólo por los vehículos que allí
transitaban. Saqué mi celular y me acomodé para encontrar algún juego
entretenido. En ese momento el bus apagó sus luces y algunos pasajeros
prendieron las lámparas personales de sus asientos. Pensé en encender la mía pero algo me lo impidió, fue
sorprendente, el hombrecillo me estaba
ofreciendo un cigarrillo, lo miré con horror, nunca en mi vida he fumado me
dije para mí. Sacando coraje y con voz desconcertada le dije que no fumaba
y que sólo tenía 14 años. Además, musité
en un murmullo que estaba prohibido fumar en el bus. El hombre hizo caso omiso
y encendió tranquilamente su cigarrillo, expulsando el humo sobre mi cara.
Moví mis manos molesto en señal de protesta, mas, el hombre sonrió mostrando un diente de oro que relucía
en su boca, mientras disfrutaba su mala
educación. Entonces me di vuelta hacia la ventana tratando de esquivar su
grosería. Deseé que los otros pasajeros
lo denunciaran y lo hicieran bajar del
autobús. Qué desgracia, ahora que viajaba sólo y quería disfrutar de mi
libertad por unas horas, y este individuo hacia cosas desagradables y
prohibidas. Escuché su voz carrasposa que me hablaba. Lo miré muy feo, como
diciéndole y ¿ahora qué quieres? Él parsimoniosamente me encaró, expulsando el
humo que mantenía en su boca. ¿Qué hace, le reclamé? Mira niño, te estoy
ofreciendo algo que te gustará mucho, prueba
un cigarrillo y verás que no me equivoco. ¿Está usted loco? Aquí no se
puede fumar y no me apetece su cigarrillo, ¡vaya a fumar a otra parte!, le
contesté indignado. Cálmate niño o te bajarán del bus. ¡Al que bajarán es a
usted!, si me sigue molestando. Te diré una cosa chico, este bus no llegará a destino, si yo me bajo
se acaba el viaje. Lo miré incrédulo, realmente el tipo estaba loco de remate,
a lo mejor era un delincuente e iba a asaltar el bus, pensé. Preferí no
continuar esa estúpida conversación y nuevamente traté de concentrarme en mi
celular. El humo del cigarrillo invadía todo el bus y no podía creer que nadie
reclamara, esto era inaudito, si mis padres se enteran pondrán un reclamo en el
terminal de buses. No entendía cómo nadie hablaba o el ayudante del conductor
no se paseaba por el pasillo como usualmente lo hacía.
Tosí varias veces con el fin de hacer un poco de ruido y advertir a
los otros pasajeros sobre este tipo, sin embargo nadie se movió de sus
asientos, parecían estar en un mullido sueño, mientras yo seguía tosiendo de
verdad por el humo que me rodeaba. En un momento el tipo se levantó tranquilamente y anunció
que iba al baño dejando sus cigarrillos en su asiento. ¡Cuídamelos!, dijo y se
fue. Yo me quedé atónito, era el colmo de la patudez. Salí del asiento apurado,
quería encontrar otro lugar para viajar solo. Lo que más me llamó la atención y
puso mis cabellos de punta, fue comprobar a medida que avanzaba hacia adelante,
que no habían pasajeros en los otros asientos, ¡el bus estaba todo desocupado!
Entonces fui hacia la cabina del conductor y golpeé con desesperación la
puerta, pero nadie me abrió. Con fuerza la empujé y con estupefacción descubrí bajo una nube de
humo que el hombrecillo manejaba el bus, tenía un cigarrillo entre los labios y
con una mueca irónica me dijo que volviera rápidamente a mi asiento, que no
tenía permiso para abandonar el bus. Corrí como loco por el pasillo casi
llorando, no había nadie. Por las ventanas se veía a la carretera avanzar con
rapidez, cual un relámpago. Volví a mi asiento entre lágrimas de terror, me
ajusté el cinturón, lancé la caja de
cigarrillos lejos de mi vista, hasta que sentí el estruendo.
No sé cuánto tiempo transcurrió de aquello, desperté cuando un bombero
me pedía que desabrochara mi cinturón. Miré atontado a mi alrededor y vi gente
herida, gimiendo, fierros retorcido,
asientos salidos de su lugar, Todo era un caos. Como pude me levanté de mi
asiento que milagrosamente se encontraba en su lugar. MI cabeza estaba
inmovilizada, alguien me había colocado un cuello y con dificultad me ayudaron a salir de ese infierno. No
entendía nada, miraba a los heridos en el suelo de la carretera, mientras las
ambulancias ululaban llevando a esa gente a los hospitales. Un enfermero
me revisó las piernas. Me quejé de
dolor de cabeza y espalda. Anonadado pregunté ¿qué pasó? El
enfermero me dijo que al chofer le había
dado un infarto mientras manejaba y que tuvimos suerte, que hubo pocos heridos, algunos sí de gravedad, pero una sola persona muerta, el conductor. Menos mal que venías dormido y con el cinturón puesto,
¡buen chico!
Un bombero me trajo un bolso negro que reconocí de inmediato, ¡ése no
es mío!, tengo una mochila, dije, pero
él abrió el bolso y mostró mi celular, ¿no es tuyo? Lo miré y reconocí, sí, es
mío, ¡Oh, entonces el bolso es tuyo muchacho!,
ah, mira, ¿ya estás fumando?,
¿no?, preguntó el bombero con una sonrisa. Quise abrir la boca para protestar, pero él me calló. Shiss, no les
diré nada a tus padres, susurró. Este…..Shiss, no te esfuerces, vamos hacia el
hospital, relájate chico, adiós. Antes de que el enfermero cerrara la puerta de
la ambulancia, lo divisé, ahí estaba riendo a boca abierta con el bombero, se
veía su diente de oro, me saludo con la mano, no pude más, mi cabeza giró y
giró y perdí el conocimiento.
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