Esa
voz me ha perseguido sin darme tregua. Interfiere en mis decisiones, cuando estoy
a punto de escoger. Se enlaza entre el tupido ramaje de mi árbol preferido en el parque. Insinúa condiciones que no
existen para que yo titubeé y elija lo
peor, callarme o armar un alboroto.
Esto no me gusta, la situación es intolerable. Los susurros no me dejan pensar, alteran mi sangre y cambian mi estado de ánimo. Alguien debería alejarla
de mí, encapsularla en un frasco hermético y lanzarla al espacio.
Esa voz que se alarga por la madrugada o por la noche, se desliza calle abajo, está sin control, hurguetea en
mi cerebro cambiando mis pensamientos como si fueran una baraja de naipes y los
acomoda a su entera voluntad.
Estoy a punto de naufragar en un mar de intolerancia si alguien no se
atreve intervenir. Es increíble lo
perseverante que es, tanto que he decidido ponerme unos tapones en las orejas.
Aunque he pensado que puede venir del interior, ojala me equivoque y
así, pueda descansar de su lánguido sonido como si sufriera de algo.
Quisiera saber si esto que me acontece les sucede a otras personas, si
es una voz común o es individual. Aún no me atrevo a preguntar, a contárselo a alguien, puede que me
cataloguen como demente y luego me encierren en un manicomio. Por eso sigo
sufriendo su acoso diario. Pienso que también se introduce en mis sueños y me
los arrebata para sí misma. Anoche al
cerrar los ojos cambió rápidamente mis
pensamientos, llevándome a un mundo desconocido
en donde las mujeres se ofrecían en las vidrieras y calles de una forma
que nunca había visto. La voz ahora tenía un cuerpo que en nada se parecía al
mío. Vestía una minifalda muy escandalosa, mostrando más de lo recatado. Los
senos estaban a medio cubrir, y sus labios de rojo granate lanzaban
provocativas insinuaciones al aire. Yo
estaba impávida, no tenía movimiento solo podía ver y escuchar nada más. Ella
se había apoderado de mi subconsciente y
reía mirándose en un pequeño espejo el rimen de sus pestañas.
Por un momento quise despertar y acabar con su libertinaje, pero algo
me contuvo, tal vez era bueno saber hasta dónde llegaba con su actitud provocadora. Era la primera vez que
se descubría ante mis ojos, siempre escuché esa voz que me perseguía, pero ahora
se había desdoblado, bueno, eso pienso, porque si fuera mi sueño, me veía a mi
misma accionar una aventura, sin embargo, ella tenía su propia personalidad
y actuaba a su manera, mostrándome quién
era realmente y qué pretendía al querer apoderarse de mis sueños y a lo mejor
de mi vida.
Usaba unos tacones de agujas que la hacían lucir más alta y atractiva. De pronto, una mujer cercana le ofreció un cigarrillo y
comenzó a aspirarlo, el humo invadió mis
pulmones mientras ella aspiraba, y luego lo dejaba salir lentamente entre sus labios. Yo quise
protestar, pero era como si me hubiera convertido en eso, nada más, una voz que nadie escuchaba y que ella ahora pretendía
ignorar.
Un automóvil se detuvo junto a las mujeres y ella se ofreció
gentilmente. Con una sonrisa en los labios entró en el auto. Un hombre cuarentón muy bien vestido le dijo algo que
no entendí, y ella le devolvió otra sonrisa, acomodándose en el asiento. Luego descaradamente se acercó al individuo
y lo acarició, como si lo conociera de mucho tiempo. Comencé a sentir bastante
calor, un sudor envolvente se deslizaba por mi cuerpo produciendo una especie
de placer desconocido.
El auto se detuvo y pronto estaba en un cuarto, con muchos espejos, me
quedé asombrada mirándolos desvestirse de diferentes ángulos. Pero yo no tenía
reflejo allí, era una observadora. Los
dos se lanzaron en una lucha de cuerpos y besos que me alborotó la sangre, las quejas de la mujer sonaban en mis oídos y penetraban mi piel sin
control. Traté de gritar, no me gustaba esa rara sensación que me invadía, era
tan intensa que me quedé sin aliento. Recorría mi cuerpo como un torbellino,
dejándome a su entera merced, dominio
que gozaba a su antojo. Esa mujer era
todo orgasmo y quería convencerme que le era necesario. Me miraba con sus ojos
llenos de lascivia poco contenida, pretendiendo mi consentimiento con una súplica
agazapada que me crispó los nervios. En
un momento de lucidez dentro de la
pesadilla, vi un vaso cerca de mi mano y lo tomé sin pensar. Dos veces
la golpeé en su cabeza para que dejara de mofarse de mí. ¡Es una mala, mala
mujer!, no debería existir. La golpeé de
nuevo. El hombre había desaparecido no sé en qué momento. Y de pronto desperté,
desnuda, sudada y con un vaso
ensangrentado en mi mano. Más allá, una voz se quejaba a lo lejos.
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