Solitaria
me deslizo cada noche por interminables calles. Te busco en los oscuros
rincones de la metrópolis, o en el desierto sobre la suavidad de las dunas. Por
siglos y siglos te he marcado el camino del regreso, señalando los vericuetos
más increíbles, así tu paso sea seguro y podamos encontrarnos.
Voy a través del océano dejando un perfilado sendero de noctilucas,
esquivando el trasatlántico imponente que navega bajo mi luminosidad, y la
danza de olas magníficas que salen a mi reflejo. Desciendo ilusionada cada
noche con la esperanza de hallarte, es un deseo que mantengo a pesar del tiempo
y del espacio entre los dos, no me canso de buscarte. He recorrido los
humedales, acariciado bandadas de pájaros dormidos, insectos que
salen a saludarme, tejen largos filamentos queriendo indicar la huella
que has dejado. Todo señala que nos acercamos. Presiento que tú también ansías
encontrarme, por eso dejas minúsculas sombras cuando vas devorando las
planicies, bebiendo el último sorbo de agua antes de llegar al océano.
Todo es como un juego, circunnavegamos el planeta pisándonos los
talones, buscando un eclipse para besarnos en los vértices como
amantes furtivos. Nos dejamos misivas que sólo nosotros podemos descifrarlas, mensajes que se evaporan o se incineran a primera vista.
Hemos estado tan cerca que se han rozado nuestros labios, y las
caricias dejan un rastro de primavera.
Cerca del umbral del atardecer o precipitadamente en las puertas del alba,
trinan pájaros una inacabable bienvenida, y allí estamos, buscándonos como dos
adolescentes.
Muchas veces mis amigas las Pléyades, me han sugerido que te encuentre
durante el día, sin embargo eso sería fatal para nuestro idilio. Por eso,
seguimos coloreando el horizonte de púrpura, inventando círculos espectaculares
y arcoíris como ofrendas a un amor eterno a través del tiempo.
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