Te conocí cuando surcaban las hojas en primavera
y un rumor de abejas llenaba la colmena de mis ansias.
Llegaste desde más allá del horizonte
dejando huellas esparcidas por el prado.
Como un milagro nos encontramos,
he ahí, la llama del amor despertó.
Ahora no quiero pensar te alejes,
ni menos para siempre.
Ya formas parte de mi vida, imposible
caminar sin tu mano,
tu palabra,
tu presencia.
El rastro que dejamos es de puro amor,
una combinación de no me olvides y de besos.
Un aletear de pensamientos
que nos conminan a escribir sobre la arena,
sobre el verde de los campos,
uniendo nuestros nombres en la corola de una margarita,
en la huella que siembra el sol cuando amanece.
Desde que te conocí fuimos uno,
recorriendo los caminos de la vida,
volviéndonos infinitos en el amor.
¿Cómo olvidar ese momento supremo
cuando tus ojos se posaron en los míos
y florecieron gardenias en el jardín del azul?
El canto de los pájaros saludó nuestro encuentro
y un poema escapó de los labios
del cauro despeinando atardeceres.
Ahora es difícil separarnos un momento,
pensar siquiera en una larga soledad,
sin tu presencia, sin tu palabra, tu ternura.
Vamos por el mismo sendero sembrando versos,
delatando injusticias, alabando la piedad.
Nuestro mundo circunnavega los caminos del amor,
la infinita caricia de los astros anochecidos
besa los párpados de la tierra
y nos incita a continuar esparciendo semillas
en la página abierta de la comprensión,
Abrazados por el
silencio de la inmensidad
surcamos las profecías de los enamorados,
como una página sellada por un beso
en el cuaderno mágico del amor,
desde el día en que te conocí.
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