A
las ocho de la mañana me levanto. Tomo desayuno a las nueve, a las diez, leo el diario y fumo mi pipa. A
las once de la mañana, me estiro,
bostezo, y miro por la ventana, los
pájaros se bañan entusiasmados en una fuente con agua que puse en el patio,
ayer a las cuatro de la tarde.
A
las doce viene el cartero y plática cinco minutos conmigo y se va, dos minutos más tarde viene el perro del
vecino y mea a su gusto en mi vereda. Lo
corro por mal educado y le digo unos improperios que el perro entiende y en un
segundo sale con la cola entre las patas.
Miro
la hora antes de entrar a la casa, son las doce y cuarto. Hay un gato negro con blanco que ha
venido a espantar a los pajaritos que se bañaban alegremente, le tiro mi
zapatilla izquierda y le doy a la fuente
que cae con estruendo sobre mi zapato y asusta al minino. Justo cuando ya son
las doce veinte, pasa el hombre que toma
el estado de la luz, le digo que vuelvo en dos minutos para cambiarme el zapato
y lo dejo entrar a tomar nota del
consumo de luz.
Ya
son las trece horas, Matilde me llama para poner la mesa y me voy a lavar las
manos. A las trece y media almorzamos
una rica cazuela de pavo nogada, es mi
favorita, saliéndome de la dieta un poco.
A las dos, prendo la radio, escucho
las noticias y pronto empiezo a cabecear hasta quedarme profundamente dormido,
mientras en la radio han colocado réquiem,
lacrimosa de Mozart. Matilde dice que a
las tres de la tarde estoy roncando y parezco
un aserradero de madera, creo que exagera demasiado.
A
las cuatro llega mi amigo Rodolfo a jugar una partida de ajedrez, tomamos unos
wiskisitos y fumamos como diablos.
Matilde viene a la sala a
las cuatro y cuarto, abre de par en par
la ventana. A las seis tomamos once
y un cuarto de hora más tarde se va mi
amigo. A las diecinueve horas, Matilde anuncia que se va y ha dejado la
cena lista en la cocina, me recomienda
no olvidar tomarme mis pastillas y, que mañana llegará media hora más tarde
porque pasará al mercado por unas compras. Se despide.
A las veinte horas enciendo la televisión, busco las noticias del día,
verifico la hora y arreglo todos los
relojes de la casa que están adelantados
o atrasados, satisfecho, sigo mirando la televisión mientras me como la cena. A las veintiuna horas, me
fumo el último cigarrillo, luego me preparo para ir a la cama con un buen libro
que me tiene muy intrigado, quedé en el
capítulo que anuncia la muerte del malhechor a la media noche.
A
las veintitrés horas me viene una tos
que no puedo controlar, trato de levantarme al baño, pero me resbalo en la
cerámica del piso. Me golpeo muy fuerte el brazo y la pierna derecha al caer,
la tos sigue su curso y siento que con el esfuerzo que hago me estoy meando, no
puedo levantarme. A mis ochenta años, y con el dolor de la caída he quedado
inutilizado. Recuerdo que no me tomé las pastillas como me sugirió Matilde, miro el reloj de mi muñeca
izquierda y son casi las doce. Un dolor agudo me cruza el pecho, y pierdo el sentido cuando la campana de la
iglesia local, anuncia la media noche.
jajaja, serás pariente del hombre reloj?? besitos de Marianela.
ResponderEliminarHola: preciosos tus cuentos. Saludos, Osvaldo Paez, Canadá.
ResponderEliminarMuchas gracias Osvaldo por la visita, saludos de Marianela.
ResponderEliminarQue pasara a las 12:01?!?!?! Muy bueno!
ResponderEliminarummm ese es un secreto, estimada Mery, queda abierto para especular jajaja. Gracias por tu visita amiga, besitos de Marianela.
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